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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una industria inflacionista

El recibo de la luz ha complicado la ajustada estructura de costes de la industria y ha colaborado a que la tasa de precios industriales suba un 1,4% sólo en julio. Con ser bueno el paso efectuado, las quejas del sector por la forma en que se ha pasado de la tarifa al mercado -sin periodo transitorio- pueden cobrar sentido. Baste decir que la electricidad ha sido responsable de la mitad de esa subida. Quizá el Gobierno no calibró bien el efecto que la puesta en marcha del nuevo sistema de facturación eléctrica iba a tener, o no calculó el momento adecuado. Hace apenas un año, la subida de la electricidad podría haber sido fácilmente digerida por una industria cuyos precios crecían apenas un 2,3% interanual. Sin embargo, ahora está inmersa en una espiral inflacionista derivada del aumento del precio del petróleo. La energía -eléctrica o de carburantes fósiles- juega un papel básico en el proceso productivo de buen número de subsectores industriales. En tan sólo doce meses, los precios de la coquería y el refino de petróleo se han elevado un 52%. Eso ha provocado que el índice interanual de precios industriales se haya colocado en julio en un abultadísimo 10,2%, desconocido desde hace 24 años.

Sin embargo, este incremento no es sólo achacable a la factura de la electricidad y del petróleo. Las empresas no se pueden permitir trasladar los costes sin más íntegramente a los precios. Dos motivos se lo impiden: primero, la contracción de la demanda -derivada de una caída del consumo y de la inversión pública y privada-, lo que obliga a atraer clientes bajando precios, no subiéndolos. Y segundo, la fuerte competencia en el sector manufacturero dentro del mercado global. En este sentido, el desprecio nacional por el peligro de la inflación juega en contra de la competitividad de las empresas, en ocasiones más proclives a subir precios que sus iguales extranjeros.

Las compañías deben, ciertamente, repercutir el precio de sus inputs, pues no es sensato agotar los márgenes. No obstante, deberán hilar fino, pues en la situación actual será tan fácil como inevitable perder cuota de mercado en el exterior si se mantienen subidas de dos dígitos. Por este motivo es vital el control de los precios. La subida del petróleo pesa por igual en la mayoría de los países competidores de la industria española; sin embargo, la diferencia entre unos y otros es la facilidad para caer en la espiral inflacionista.

En el campo laboral, los expertos consideran que aún no se han producido los efectos de segunda ronda. Es decir, que no se han subido los salarios para compensar a los trabajadores por el alza del IPC, especialmente por las gasolinas y los alimentos. De ser cierto, eso significa que la negociación colectiva se presenta dura. La responsabilidad de las empresas es ajustar la distribución de los márgenes y evitar subidas salariales por encima del incremento de la productividad. Y la de los trabajadores, no tensar sus demandas hasta el punto de poner en peligro la estabilidad de la empresa. Unos y otros han mostrado sensatez durante años y sería muy mala noticia si no vuelven a hacerlo en estos momentos delicados. Todo para evitar que los precios de los productos industriales vuelvan a subir un 10%.

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