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Tribuna
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Un poderoso símbolo de equidad

El Parlamento Europeo debate esta semana las ventajas e inconvenientes de un salario mínimo. Bruselas defiende su implantación a nivel nacional como red de seguridad contra el dumping social. Los economistas advierten que es un arma de doble filo que debe utilizarse con mucha precaución.

La cuestión de los salarios mínimos continúa suscitando un animado debate en Europa. ¿Consiguen los salarios mínimos sus objetivos? ¿Aseguran la igualdad y elevan la remuneración de los trabajadores menos cualificados? ¿Cuál es su impacto en la economía? ¿Tiene sentido plantearse la posibilidad de un salario mínimo armonizado a nivel europeo?

En primer lugar, no creo que sea posible en estos momentos establecer un salario mínimo a través de toda la UE ni que, de hacerlo, contribuyera a reducir las desigualdades salariales. Del mismo modo que el coste de la vida es variable en Europa, existen profundas diferencias entre los salarios mínimos brutos mensuales, que oscilan entre los 92 euros en Bulgaria y los 1.570 en Luxemburgo. En España es de 570 euros (666 euros en términos de paridad de poder adquisitivo). Para la Comisión, la fijación de un salario mínimo nacional corresponde claramente a cada Estado miembro, tomando en cuenta los puntos de vista de los agentes sociales y la evolución de la negociación colectiva.

Aún así, eso no significa que la UE renuncie a participar en el debate sobre el suelo salarial. Ese debate tiene también una importante dimensión europea. La estrategia comunitaria para el crecimiento y el empleo permite que los Estados miembros discutan la interacción entre salarios mínimos y política laboral, así como intercambiar experiencias sobre los mecanismos que consiguen que las políticas de la UE atraigan a los trabajadores hacia el mercado laboral y creen más y mejores puestos de trabajo para todos. Por esa razón, desde mi punto de vista, no es tan importante el salario mínimo en sí, como el marco político que se cree, bien nivel sectorial o bien a nivel nacional, para facilitar acuerdos sobre una retribución salarial adecuada.

Un salario mínimo nacional ofrece muchas ventajas. Eleva la remuneración de los trabajadores con menos sueldo, muchos de los cuales proceden de familias con bajos ingresos, al tiempo que puede reforzar el concepto de que trabajar merece la pena. Además, anima a buscar trabajo a las personas que están en los márgenes del mercado laboral, en especial, a las menos cualificadas. El empleo digno y que compense es una parte importante de los esfuerzos de la UE por conseguir una economía más fuerte y en la que participe más gente. Otro de los argumentos poderosos a favor de los salarios mínimos nacionales es su contribución para frenar el dumping social. La competencia desleal de países con estándares laborales mucho más bajos puede forzar a la baja los salarios y las condiciones laborales, reduciendo el coste total de la mano de obra.

Ahora mismo, 20 de los 27 países de la UE tienen fijado un salario mínimo, cuyo nivel oscila entre el 33% y el 22% de la media de los ingresos brutos mensuales en el sector de la industria y de los servicios. El porcentaje de los trabajadores que perciben ese salario mínimo también varía. En España, Reino Unido y Holanda no llega al 3%. En Francia, alcanza el 16,5%. En el conjunto de la UE, más mujeres que hombres perciben el salario mínimo.

¿Y los países que no disponen de salario mínimo? Entre ellos figuran los países escandinavos y Alemania, Austria e Italia. Muchos de esos Estados miembros son los que cuentan con una gran tradición de partenariado social basada en acuerdos de negociación que fijan un suelo salarial para sectores y ocupaciones en los que participa una elevada proporción de la masa laboral. Y en ciertos casos, cuando hay trabajadores que no están cubiertos por acuerdos colectivos, se interviene por vía legislativa o con un salario mínimo específicos. Es el caso, por ejemplo, de Alemania, que estableció en 1997 un suelo salarial para el sector de la construcción, e introdujo por ley el pasado mes de marzo un salario mínimo para 850.000 limpiadores.

Esto corrobora mi opinión sobre el margen de que disponen los Estados miembros para aprender unos de otros. En algunos de ellos, la cobertura de los mecanismos que fijan el salario mínimo ha evolucionado, con el consentimiento de los agentes sociales, desde un planteamiento inicial centrado en profesiones particularmente vulnerables hasta un estatuto de salario mínimo nacional que cubra a todos los trabajadores.

Lo importante es crear un marco político adecuado y estudiar cómo se fijan y aplican los salarios mínimos. Si son demasiado elevados, pueden impedir la contratación de los trabajadores menos cualificados. Si son demasiado bajos, ya no consiguen su propósito. Se trata de un tema propicio para que los Estados miembros aprendan mutuamente mediante un continuo intercambio de experiencias relativas a los mecanismos que determinan los salarios mínimos, su cobertura, nivel, frecuencia de las revisiones y aplicación.

El establecimiento de un salario mínimo no acabará con la pobreza laboral pero, si va bien dirigido, es una vía efectiva para ayudar a aquellos que viven por debajo o cerca del umbral de la pobreza y a la parte de la clase media que corre el riesgo de caer en ella. Un salario mínimo puede atemperar las fuerzas que impulsan la desigualdad en los ingresos. Puede aportar una red de seguridad financiera para los trabajadores. Representa también la equidad, el valor del trabajo y las oportunidades que ofrece la vida laboral.

Aún así, repito, no puede plantearse de manera aislada. Y aquí es donde Europa puede jugar su papel. Además de facilitar los intercambios de experiencia en materia salarial, puede promover medidas que ayuden a elevar las retribuciones de los trabajadores menos cualificados, como facilitar la movilidad, promover la calidad laboral, asegurar el reconocimiento en toda Europa de titulaciones y especialidades, así como un dialogo social efectivo y la erradicación de todas las formas de discriminación. Todas estas son áreas en las que la UE esta apoyando los avances y facilitado el debate, las discusiones y la cooperación.

Vladimir Spidla. Comisario europeo de Empleo, Asuntos Sociales e Igualdad de Oportunidades

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