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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Moderación salarial y empleo

El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, mantuvo ayer un debate atípico en Europa con tres de los líderes sindicales más poderosos del continente. Como era de esperar, no encontraron muchos puntos en común, aunque dijeron coincidir en el objetivo básico: el pleno empleo. Eso sí, las mayores discrepancias se produjeron al plantear qué aportación tiene que hacer cada uno de los agentes económicos a tal fin, y con qué instrumentos. El banquero defendió la moderación salarial, nominal y real, para controlar la variable más disolvente de la riqueza, la inflación, y, como consecuencia, garantizar sostenibles avances de la ocupación.

Puso el ejemplo de la zona euro, en la que la estabilidad de precios, a la que ha contribuido de forma básica la moderación de los salarios, ha permitido crear 12 millones de empleos desde 1999. El caso de España, donde se ha celebrado el curioso encuentro de Trichet con los sindicalistas de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), es más llamativo: los sacrificios salariales de los trabajadores se han saldado con avances desconocidos de la ocupación, independientemente de que la participación de las rentas del trabajo haya perdido pujanza en el reparto de la renta nacional frente al excedente empresarial. Hasta la doctrina sindical más resistente en España ha admitido que la moderación de los sueldos ha sido una bendición para el empleo, y han practicado sin discusión, año tras año, el principio de que el empleo es más importante que el salario en su decálogo reivindicativo.

Como asegura el líder del poderoso IG Metall alemán, Jürgen Peters, cierto es que moderación salarial no es garantía absoluta de más empleo. Pero la experiencia dice que es condición imprescindible. Y lo será más en el futuro, con un mercado abierto y globalizado, y una tendencia creciente del capital a la búsqueda permanente de mejoras en todos los costes.

No es precisamente Europa un continente que ofrezca muchas alternativas a la industria manufacturera, en comparación con las que ponen a su disposición las economías emergentes. Y ya no valen los mecanismos proteccionistas del pasado para crear mercados cerrados y garantistas. El fenómeno de la mundialización es imparable y el movimiento migratorio, del capital y de las personas, se ha convertido en elemento imprescindible del sistema productivo. La actividad y la estrategia sindical deben globalizarse también y poner el acento en los derechos de una inmensa masa laboral utilizada económicamente de forma desleal en muchas partes del mundo, además de política y socialmente privada de derechos básicos.

Planteamientos como los expresados por los sindicatos de la CES ayer en Sevilla, según los cuales la demanda interna debe estimularse mediante los ingresos salariales y las prestaciones sociales, carecen de validez porque sólo activan impuestos, gasto público, inflación e ineficiencia. Los sindicatos tienen el deber, que no sólo el derecho, de reivindicar el pleno empleo. Y para lograrlo, el camino más corto es cualificar cuanto más mejor la ocupación, demandando instrumentos para mejorar su productividad, puesto que sólo con el constante crecimiento de ésta puede sostenerse un avance no destructivo de los salarios.

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