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Tribuna
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Washington y los pobres

Nunca nos daremos cuenta de cuánto debemos a los grandes columnistas de la prensa norteamericana. Ayer mismo, en su edición europea, The Wall Street Journal publicaba un texto de Francis Fukuyama bajo el título The Social Question que hubiera podido firmar León XIII, el pontífice a quien se atribuye el lanzamiento de la 'doctrina social de la Iglesia'. Una doctrina impregnada del lema más vale prevenir que curar, cuando ya la revolución comunista hacía su camino entre las élites intelectuales y los desfavorecidos. Los parias de la tierra pasaban de ser socorridos con la sopa boba de los conventos a tomar conciencia airada de formar el proletariado y a incorporarse a la lucha de clases.

El caso es que llega ahora Francis Fukuyama, que es profesor de Economía Política Internacional en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados y editor de American Interest, y nos descubre que los recortes al welfare state han dejado a Estados Unidos con pocas políticas que alcancen resonancia en los países pobres.

Fukuyama tiene en su haber, en el verano de 1989, nada menos que aquel grandísimo pelotazo ensayístico donde pronosticaba El fin de la historia a propósito del hundimiento del sistema soviético visualizado con la caída del muro del Berlín. Dejaba de haber dos sistemas en competencia -el capitalismo y el comunismo- y colorín colorado, este cuento, el de la Historia Universal al modo hegeliano, se daba por concluido.

Así que en adelante, según Fukuyama, el sistema capitalista señorearía toda la Tierra con la que esperaban hacerse al menos unos adosados los parias unidos que cantaban emocionados La Internacional. Dejaba de atisbarse un más allá del capitalismo. Perdíamos otra vez la trascendencia. Nos había descubierto que después del sistema triunfante no había nada. Quedábamos sumidos en la inmanencia. Las correcciones ya no vendrían del temor al comunismo que tan eficaz se había mostrado durante tantos lustros para moderar la avidez del lucro de las clases dominantes llevándolas a cesiones parciales para evitar perderlo todo.

Pues nuestro autor vuelve a los ruedos con un descubrimiento asombroso. El derrumbe del sistema comunista, de sus respuestas, ha dejado incólumes las preguntas de partida y se detecta la presencia incómoda de los pobres, en forma de individuos o de países.

Entre las nuevas revelaciones figuran las que hace derivar de los factores en común que se desprenden de su disección del atractivo despertado por líderes como Mahmud Ahmadineyad en Irán, Hassan Nasrallah, de Hezbolá, en Líbano o Hugo Chávez en Venezuela.

Reconoce que su política exterior, construida con elementos de antiamericanismo, es un componente pero sostiene que el apoyo en sus sociedades proviene de su habilidad para prometer y en alguna medida aportar en el ámbito de las políticas sociales en áreas como la educación, la salud y otros servicios públicos.

Fukuyama trae a colación ejemplos varios como el de las clínicas creadas en barrios pobres por Chávez con médicos cubanos, las ayudas prestadas por Hezbolá durante años y ahora en la reconstrucción de las viviendas devastadas por el Ejército israelí en el sur del Líbano con dinero iraní.

Luego menciona a Hamás en Palestina, a los Hermanos Musulmanes en Egipto y a Evo Morales en Bolivia y se refiere a sus agendas sociales, que ellos mismos gestionan. Por ahí llega después al programa mexicano Progresa que transfiere fondos a los padres bajo la condición de que lleven sus hijos a la escuela y da cuenta de cómo su éxito ha llevado a medidas similares en Nicaragua o en Brasil. Le fascina que estos programas sociales hayan sido iniciados, no por políticos izquierdistas, sino por líderes conservadores con la consecuencia de haber ganado votos entre los pobres que se han beneficiado.

De modo que nuestro descubridor concluye que si Estados Unidos quiere expandir la democracia liberal necesita empezar a pensar seriamente en una agenda social que sea atractiva para los pobres, que les ofrezca esperanzas. Acabáramos.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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