'¿Alguien necesitó usar alguna vez un logaritmo?'
Tardó 100 días en escribir el libro y sólo una semana en convertirse en el autor de moda en Argentina. Adrián Paenza, matemático, profesor y comentarista deportivo a partes iguales, trae a España su particular fábula sobre los números Matemática, ¿estás ahí? para convencernos de su utilidad y su belleza.
El ensayo comienza con un cuento sobre príncipes y princesas y concluye con la historia de un niño prodigio que no quería serlo. Es la historia del propio Paenza (Buenos Aires, 1949), que con sólo 14 años hizo su primera incursión en la facultad de Ciencias Exactas y con 19 era ya un joven licenciado. Hoy reparte su vida profesional entre la televisión, donde conduce con enorme éxito Científicos Industria Argentina, y la Universidad de Buenos Aires, donde imparte clases de álgebra.
Convénzame de que el binomio de Newton es tan hermoso como la Venus de Milo... ¿Por qué nos cuesta a tantos darnos cuenta?
Lo dijo Fernando Pessoa y no puedo estar más de acuerdo. Parece que la historia se haya conjurado contra las matemáticas. No sé por qué, pero son pocos los chicos que nacen sin el estigma de sentirse excluidos de ese don que es privilegio de unos pocos. La opinión común de los estudiantes se repite generación tras generación: es un saber aburrido y estéril... Y lo peor de todo es que cuando llegan a casa contando sus sinsabores escolares sus padres les comprenden porque ellos también vivieron aquello...
'¿No estaremos colocando a los chavales vallas difíciles de saltar?'
Entonces ¿para saber matemáticas no es necesario tener una mente privilegiada?
Yo quiero demostrar que no hay ninguna razón para rendir pleitesía a todos aquellos que son capaces de entender las matemáticas sin esfuerzo. Lo que tenemos que hacer es reconocer nuestro fracaso como docentes.
¿Por qué?
Porque el maestro se ha empeñado en dar respuestas a preguntas que los chavales nunca se hicieron. Supongamos que a usted y a mí nos obligan a sentarnos detrás de un pupitre y a aprender a juntar tablillas chinas; ¿cuánto podemos durar, cinco minutos? Nosotros los adultos tenemos el privilegio de poder levantarnos e irnos, al chico no se le da esa oportunidad. æpermil;l llega a la escuela, se sienta y escucha: y ahora aprenderás a juntar tablillas chinas... El chico está horrorizado, y el horror se convierte en pánico cuando encima le obligan a tomar notas.
Y a resolver 30 ejercicios en casa...
El problema es grave. No es que a los chicos no les interese saber cómo se juntan tablillas chinas, es que al estudiante termina por no interesarle nada.
Entonces...
Obviamente tenemos que revisar los programas educativos, reflexionar por qué y para que enseñamos lo que enseñamos. Uno no se levanta una mañana y dice: hoy usaré aquello que aprendí en tercero de secundaria, los ángulos opuestos por el vértice son iguales. ¿Conoce a alguien que haya necesitado alguna vez esa información para desenvolverse en su vida cotidiana o profesional? Uno estudia los números primos sin saber para qué sirven, y nadie le enseña que son como los genes, las partículas elementales de las matemáticas. O que los logaritmos son imprescindible para construir la escala Richter y medir los terremotos...
Usted en el libro se rebela contra las matemáticas como foco de frustración entre los jóvenes...
Estamos lastimando su autoestima. Nadie es mejor o peor persona por saber resolver un problema de matemáticas. Yo deploro la forma de evaluar a los alumnos. Además, primero deberíamos discutir si no les estamos poniendo vallas demasiado difíciles de saltar. En cuanto a los exámenes, a nadie se le escapa que se realizan en condiciones inusuales, no son ni mucho menos las de la vida. Uno trabaja en equipo, discute, consulta sus documentos... Algunos dirán: pero entonces los chicos no estudiarían. No tengo la respuesta.
Pero intuye que no ocurriría lo que anuncian los agoreros...
Así es.
¿Por qué reniega de su condición de superdotado?
Usted no sabe lo que me costó llegar donde he llegado. Sólo soy un privilegiado. Simplemente se dieron las condiciones para progresar más. La mayoría de los chavales no tienen las oportunidades que me dieron mis padres.