_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pendientes de Francia

Todos en la UE andan con el ánimo suspendido pendientes de cuál sea el resultado del referéndum del próximo domingo, día 29, en el que los franceses deben pronunciarse sobre el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. Las encuestas caminan por el filo de la navaja pero con leve y sostenida ventaja para el no. Por el sí se ha pronunciado el Gobierno conservador, el presidente de la república, pero en las fuerzas de derecha y entre los socialistas la división es abierta, con Jospin y Fabius alineados a favor y en contra. Enfrente de la UE del nuevo Tratado se sitúa una amalgama que va desde Le Pen a la extrema izquierda. Se trata de una yuxtaposición de imposibles, empedrada en muchos tramos de buenas intenciones, de esas que llevan a la catástrofe segura.

Cuando el referéndum sobre la permanencia de España en la Alianza Atlántica, en 1986, el presidente del Gobierno y líder socialista Felipe González pudo poner en juego su bien ganada autoridad para impugnar el conglomerado de fuerzas adversas donde se sumaban cantautores, intelectuales bajo palabra de honor, destacados miembros de la sociedad civil en plantilla, izquierdistas de pelo en pecho y pacifistas de la irresponsabilidad y el evangelismo sin fronteras. González se aplicó entonces a poner de relieve la incapacidad de esa suma heterogénea todavía con el muro de Berlín en alto para gestionar políticamente el no que propugnaban. Pero ahora, en la Francia de 2005, ante el referéndum del domingo, la situación es muy distinta porque ni el presidente, Jacques Chirac, ni el primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, tienen un depósito de autoridad para hacerlo valer frente a la tropa multicolor del no.

Las llamadas que ambos vienen haciendo a la responsabilidad encuentran oídos sordos. Además, se vuelve a comprobar que el electorado, cuando le convocan a un referéndum, tiende a olvidarse de la pregunta que le formulan y prefiere contestar, en el sentido de impugnar, a quien le ha planteado la cuestión. En Francia, por lo que vamos viendo, se ha producido una acumulación de enconos y discrepancias con el presidente Chirac y con su actual Gobierno de tal volumen que los electores parecen dispuestos a cualquier cosa que significara mandar a casa al actual inquilino del Elíseo. Así lo prueba el resultado contraproducente de las comparecencias de Chirac en la televisión, donde sólo las palabras de Jospin y de Jacques Delors, el antiguo presidente de la Comisión Europea, han servido para ganar adeptos al sí.

El caso es que Francia nos afecta a todos. Primero por el peso decisivo que tiene y su condición de miembro fundador del club. Segundo por el efecto desencadenante que el resultado de las urnas del domingo tendrá sobre el conjunto del proceso en marcha, habida cuenta de que después vendrán otros referenda previstos en Holanda, Dinamarca, Luxemburgo, Polonia, Portugal y el Reino Unido.

Dice la declaración relativa a la ratificación del Tratado por el que se establece una Constitución par Europa que 'si transcurrido un plazo de dos años desde la firma que se produjo en Roma el 29 de octubre de 2004, las cuatro quintas partes lo han ratificado y uno o varios Estados miembros han encontrado dificultades para proceder a dicha ratificación, el Consejo Europeo formado por los jefes de Estado o de Gobierno de los países miembros examinará la cuestión'.

Es decir, que si el 29 de octubre de 2006 hubieran ratificado el Tratado 20 de los 25 Estados mientras que uno o varios hubieran encontrado dificultades para hacerlo, el Consejo Europeo examinaría la cuestión. Pero todos estamos conformes en que la magnitud de la cuestión a examinar en el citado Consejo sería por completo distinta si entre los Estados con dificultades de ratificación figurara Francia. En suma, que con Francia nos la jugamos todos y que vuelve a confirmarse, a propósito de los alineamientos políticos en las Galias, que 'lo mejor es enemigo de lo bueno'. Atentos.

Más información

Archivado En

_
_