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Columna
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El aceite de oliva y la PAC

El Consejo Europeo tiene previsto cerrar este mes la reforma de la política comunitaria del aceite de oliva. Frente al empeño de la Comisión de desvincular totalmente las ayudas de la producción real, el autor propone que se acometa de manera gradual

En las próximas semanas el Consejo Europeo tiene previsto adoptar decisiones sobre la reforma de la política oleícola comunitaria. Es ésta una materia especialmente sensible y relevante en nuestro país por muchas razones, pero especialmente por dos: España es la primera potencia mundial en aceite de oliva y, además, el olivar es un cultivo colonizador de territorio en multitud de comarcas frágiles social, económica y medioambientalmente. La situación creada por las propuestas de la Comisión es complicada y no es gratuito que, para entenderse en toda su complejidad, haya que analizar brevemente la evolución de la política oleícola en las dos últimas décadas.

La adhesión de España a la UE supuso una convulsión en el mundo del aceite de oliva. Era preciso elevar los precios españoles en un 70% y las ayudas a la producción se multiplicarían por ocho, en un país con más de dos millones de hectáreas de olivar real y que hasta entonces fijaba los precios internacionales de este producto. Las previsiones se han cumplido casi en su totalidad: se han triplicado las producciones, la superficie se ha elevado a más de 2,4 millones de hectáreas, se ha modernizado el sector en su conjunto y, además, no se han producido desequilibrios debido al crecimiento de la demanda, impulsada por las recomendaciones dietéticas y sanitarias. La singularidad del aceite de oliva quedó patente, hasta para la Comisión Europea, al tratarse del único producto de la agricultura europea que ha permitido obtener beneficios al Feoga Garantía, por la venta de aceites previamente comprados en régimen de intervención.

Los efectos sobre la producción de olivar terminarán afectando a los precios de mercado y, por tanto, a la demanda interior y a la exportación

Puede afirmarse que España y la Unión Europea son hoy día la potencia de referencia en la economía real de un producto agrario singular: no genera problemas internacionales, no existe apenas oferta en otras regiones del mundo, si exceptuamos los países mediterráneos que tienen acuerdos preferenciales de exportación al mercado comunitario, no es una commodity, no se han producido excedentes y tiene una demanda en alza. Es decir, se está hablando del mercado de un producto con todas las características opuestas al resto de las producciones agrarias que han sido sometidas a la reciente reforma de la PAC de 2003. Es más, los objetivos que impulsaron dicha reforma, basada en la concesión de ayudas a los productores para mantener sus rentas sin forzarles a producir ningún producto determinado y fomentando una cierta extensificación productiva, pueden considerarse como sobradamente satisfechos. La actual situación permite a la Unión Europea cumplir sus eventuales compromisos de reducción de las ayudas agrarias, un 55%, ante un futuro acuerdo en la Organización Mundial de Comercio para la próxima década, sin necesidad de modificar otras políticas más sensibles, caso de la oleícola. Por tanto, es legítimo preguntarse ¿por qué el empeño de la Comisión por desvincular en un 100% las ayudas al aceite de oliva de su producción real? Ello supone un salto en el vacío que, en cualquier caso, podría acometerse con prudencia, de un modo gradual, para evaluar sus efectos sobre la economía real del aceite de oliva. De igual modo que a España se le impuso un periodo de transición de diez años para elevar prudentemente sus precios y sus ayudas, todo parece aconsejar un periodo similar para desmantelar el actual sistema, con estudios intermedios para comprobar sus efectos en los mercados.

El problema del aceite de oliva no es de renta de los productores que, en cualquier caso, está suficientemente garantizada. Pueden producirse efectos indeseables sobre la oferta, no sólo en el olivar marginal español, ya que la reforma también se aplicará en Italia y en Grecia. ¿Cómo reaccionará un olivar tan singular como el italiano? Los efectos sobre la producción terminarán afectando a los precios de mercado y, en consecuencia, a la demanda interior y a la exportación comunitaria. Pero existen otras muchas dudas razonables en relación con el progreso en la calidad de los aceites, sobre la multitud de inversiones en curso en la actualidad, en regadíos y su modernización, en almazaras, en organizaciones cooperativas, en compra de tierras a precios muy elevados… Todo ello puede representar un quebranto patrimonial importante y una paralización en la reestructuración de un sector que se encontraba muy atrasado y que ha podido transformarse hacia estructuras acordes con la economía del siglo XXI. Sin duda el futuro del aceite de oliva no está en la PAC, está en los mercados. Pero por esa misma razón, no son aconsejables giros tan bruscos e innecesarios, que terminan alterando las expectativas empresariales.

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