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Columna
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¿Será el último?

Cuando comenzaron, tiempo atrás, los escándalos financieros en EE UU, véase el caso Enron y demás, se nos aseguró que en Europa no conoceríamos sucesos similares debido al mayor control de las instituciones económicas y políticas de nuestro continente. Pues bien, la realidad ha puesto las cosas en su sitio. El escándalo Parmalat ha roto cualquier ilusión de inmunidad europea a un fenómeno que comienza a preocupar a ambos lados del océano. En todas partes cuecen habas, y en todas partes existen empresas que manipulan sus datos contables. Desengañémonos, nuestro sistema tiene tantas lagunas como el americano. Ha saltado el caso Parmalat, ¿conoceremos más en el futuro?

Todos estos gigantescos fraudes contables se generan con dinámicas similares. O bien los gestores deciden retocar las cuentas para ocultar debilidades y agujeros, con la esperanza de que su huida hacia delante les permita solucionarlos en el futuro o bien inflan sus resultados para ser premiados en el mercado o ante posibles fusiones o adquisiciones. Sea de una forma u otra, con sus manipulaciones contables consiguen crear un espejismo: lo que el mercado aprecia en ellas no existe en la realidad.

Nuestro modelo se basa en la confianza, por un lado, y la competencia, por otro. Los inversores, accionistas, proveedores y clientes de una compañía tienen una relación de confianza con ella. Creen que la acción tiene un valor real, esperan determinada calidad de servicio o producto o confían en que la empresa les pagará sus facturas. Sin confianza, el sistema se vendría abajo. Ni los inversores invertirían ni los prestamistas prestarían ni los proveedores fiarían. La transparencia y la confianza son pilares fundamentales para la economía de mercado. Esa misma transparencia, igualdad de oportunidades y confianza son ingredientes asimismo imprescindibles para la necesaria competencia.

Los marcos regulatorios se deben internacionalizar, como las empresas, para evitar futuros 'casos Parmalat'

¿Es el caso Parmalat un caso aislado, o por el contrario nos muestra una debilidad en la calidad de nuestros controles? ¿Debemos cuestionarnos el funcionamiento de nuestros organismos de control? Nuestro deber es pensar que pueden existir casos similares: si ha ocurrido una vez, de forma tan escandalosa además, ¿quién nos asegura que no se volverá a repetir? Debemos adaptar, pues, nuestra legislación e instrumentos de control a un mundo que cambia con rapidez.

¿Qué podemos hacer desde Europa? Insistir en los valores y la ética empresarial no resulta suficiente, debemos trabajar, al menos, en los siguientes tres ámbitos. En primer lugar, en el de la unificación de criterios financieros y fiscales internos, así como en la mejora de las herramientas de control; en segundo lugar, en la coordinación internacional, especialmente con EE UU; en tercer lugar, en incrementar las responsabilidades individuales de los administradores y gestores.

Es evidente que, ante la creciente internacionalización, los marcos nacionales, aunque imprescindibles, no son suficientes. Así lo entendieron las autoridades europeas que desde hace tiempo vienen trabajando en unificar legislaciones mercantiles, societarias y de regulación. Incluso los distintos mercados de valores europeos tienen una creciente interrelación.

Pero aún existen grandes lagunas internas, especialmente en el ámbito fiscal, que dificultan la transparencia y el control. Es la internacionalización de las empresas la que dificulta el control de las cuentas empresariales. ¿Qué hacer entonces? Pues sólo existen dos vías: o unificamos criterios legales y firmamos convenios de mutua responsabilidad entre el mayor número de países o creamos instituciones o procedimientos globales de control.

Los defensores de la globalización tendrán que aceptar que son precisas instituciones globales que garanticen la transparencia y la confianza. ¿Permitirán los países más poderosos la aparición de instituciones globales de control? La experiencia nos hace ser escépticos. Probablemente todavía sea pronto para conseguirlas. Ni EE UU ni otras potencias lo aceptarían. ¿Significa eso que no nos resta más que cruzarnos de brazos? Por supuesto que no. Un primer ámbito de actuación sería la homogeneización de criterios contables y de los estados de cuentas, así como de la información a mercados, accionistas y entidades de control. Aunque en varias ocasiones se han creado comisiones específicas para ello, queda mucho por recorrer; no existe excusa alguna para no avanzar. Estos criterios se deberían aplicar con procedimientos o protocolos globales, aprobados por conferencias u organizaciones internacionales. Seguro que seguirán siendo insuficientes, pero al menos habremos dado un paso más para garantizar los dos principios más importantes de nuestro modelo: la transparencia y la confianza. Pongámoselo difícil a los posibles Parmalats del futuro.

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