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Columna
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Calor y electricidad

Este año está siendo raro en cuanto al clima de modo proverbial, pasará a la historia de la climatología como el año de referencia para los que ahora vivimos de ser en el que más llovió, cuando más calor hizo y fue más largo el verano, por ahora. El anónimo autor del refrán de 'año de nieves año de bienes' era, sin duda, anterior al prodigioso invento del aire acondicionado y de su uso generalizado. Puede que algún día, cosa que dudo, se invente también un sistema para conservar la nieve invernal durante el verano, de forma que consuma poca o escasa energía sin necesidad de acudir a la electricidad, haciendo así posible en su integridad el consabido dicho popular. Pero hoy por hoy los hechos son como son y no sirven cábalas futuristas.

Los inviernos duros, fríos y duraderos se combaten procurando calor de muy diversas formas, de las cuales la menor es el consumo eléctrico. Sin embargo, cuando arrecia el calor no hay otra forma de obtener frío que mediante la compresión y expansión de gases, que necesita movimiento de motores de grandes y pequeñas dimensiones y potencias, es decir, que sólo pueden ser eléctricos.

O sea, que a más calor, más aire frío -acondicionado-, más motores eléctricos, más consumo de electricidad. Si partimos del supuesto de que unos años son más calurosos que otros y de que la temporada de calor comprende a lo más unos tres meses, llegamos a la conclusión de que es absolutamente imposible mantener un sistema de generación eléctrica capaz de sostener una demanda de esta energía de manera tan estacional y voluble.

Por poner un ejemplo, sería así como diseñar y construir carreteras para que procurasen perfectamente un tráfico fluido en la hora más punta de las puntas. Evidentemente puede hacerse, pero la eficacia y el rendimiento que se obtendría no compensaría nunca el coste de la inversión.

Cuando entra en funcionamiento (de forma impredecible) toda la maquinaria de frío artificial pueden suceder dos cosas, el aparato no funciona porque no le llega energía bastante, porque la que hay se distribuye entre todos, o bien se opera una caída generalizada de la red por falta de diferencia de potencial: la electricidad entonces no puede transportarse.

Vuelvo con un ejemplo, ahora con agua. Un río regulado con sus pantanos puede suministrar el agua necesaria según la que vaya entrando y, tal vez, un poco más. Pero si de repente se vacía el pantano el río no podrá volver a dar la misma cantidad de agua hasta que se recupere.

En electricidad el asunto es peor, porque, a diferencia del agua, no se puede acumular. A lo más, se puede acomodar el consumo a la máxima capacidad productiva -que no se hace- y si no está limitado, los consumos mayores a la capacidad de abastecimiento descargan la red y el sistema de transporte salta, hasta que vuelva a disminuirse el consumo y vuelva a existir la diferencia de potencial necesaria para poder lograr las condiciones para que ese fluido mágico pueda moverse.

Algún ingenuo pensará que por qué no mover el aprovisionamiento eléctrico de unos lugares a otros, como el que desvía a un tren de carril. Aunque posible, ya se hace parcialmente, supondría un desdoblamiento de líneas imposible de determinar de antemano, con un coste inasumible al ser la situación de exceso de consumo totalmente errática, y eso hablando del sistema eléctrico peninsular, que está conexionado entre sí, con las islas es impensable.

Otro puede pensar que a más consumo, menos suministro para todos, el problema estriba en que si se limita la potencia de cada usuario se genera una falta de confortabilidad generalizada (normalmente nunca todos los usuarios o muchos están a tope, con lo que lo que consumen unos de más otros lo consumen de menos y el sistema aguanta).

Vayamos a los remedios. El primero e inmediato es la resignación, total es para poco tiempo.

Los otros, exigir un mejor aislamiento térmico en los edificios -caro y poco eficiente-; establecer nuevos sistemas de refrigeración, al menos parciales, que están por inventar y desarrollar en la construcción, acudiendo al principio físico de absorción de calor por el agua al evaporarse (el conocido efecto botijo); también puede imponerse -y este método sí que es rápido- una limitación al frío de que pueda dotarse un sistema de refrigeración (resulta absurdo obtener temperaturas inferiores a los 22 grados); asimismo podemos pensar en fuentes alternativas de producción de electricidad para usos de frío en ciertos casos mediante grupos electrógenos y por qué no exigir la compartimentación del frío en edificios de uso parcial durante las vacaciones.

Me temo que la primera de las soluciones es la única factible, apagones y calor.

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