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Columna
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Crisis en el sindicalismo alemán

La dimisión de Klaus Zwickel, presidente del IG Metall, la gran federación de los metalúrgicos alemanes, ha cristalizado la crisis surgida en dicha federación sindical a raíz de la última huelga realizada para extender la jornada semanal de 35 horas a los trabajadores de las empresas del metal en el este de Alemania. Zwickel deja el camino libre hacia la presidencia del sindicato a Jürgen Peters, vicepresidente hasta ahora y máximo responsable de la huelga que se saldó con un clamoroso fracaso tras un mes de duración.

Con casi cuatro millones y medio de parados y rozando la recesión económica, la huelga no fue suficientemente apoyada ni por los metalúrgicos del Oeste, que ya disfrutaban de las 35 horas semanales desde finales de los años noventa y temían por la continuidad de sus empleos tras las amenazas patronales de trasladar la producción de la industria automovilística a Polonia y Eslovaquia, ni por los del Este, que además de soportar la mayor tasa de paro cobran salarios un 40% inferiores, prefiriendo más empleo y sueldo antes que menores jornadas laborales.

Pero no ha sido éste un tropiezo puntual del IG Metall, sino la última manifestación de una estrategia sindical inadaptada a los cambios producidos en Alemania desde la reunificación. Desde entonces, tanto las reivindicaciones salariales como la propia lucha por las 35 horas semanales se han venido trazando sin tener en cuenta las notables diferencias socio-laborales entre las dos partes del país. La vieja orientación sindical de estimular la presión de los trabajadores del Este hacia la homogeneización con los del Oeste propugnando para éstos crecimientos salariales que duplicaban la tasa de inflación y las reducciones de jornada, se traducía en la práctica en tutela corporativa de los trabajadores de la Alemania rica y en mayores diferencias con los de la antigua RDA. La solidaridad sindical habría consistido, por el contrario, en atemperar las aspiraciones del Oeste, para poner mayor énfasis en la mejora paulatina de las condiciones de trabajo en el Este.

Un enfoque sindical que habría requerido de una profunda refundación de toda la Confederación de Sindicatos de Alemania (DGB), que siendo el mayor sindicato europeo es también de los más antiguos. En realidad no ha dejado de ser un agregado de potentes federaciones de industria, respondiendo a la estructura clásica de los grandes sindicatos de la era industrial y de la organización fordista del trabajo.

Conscientes de los cambios operados en los procesos productivos, de la diversificación del empleo y de la nueva realidad socio-política de Alemania, llegaron a realizar un congreso extraordinario de la DGB en 1994, persuadidos de la necesidad de renovarse por la continua pérdida de afiliados y la constatación de que el esquema seguido para la incorporación de los trabajadores de la RDA a las correspondientes federaciones de la RFA estaba fracasando.

Pero no se adoptaron las reformas necesarias para transferir el poder sindical de las federaciones a la Confederación y hacer de ésta un sindicato general de los trabajadores de Alemania, con capacidad de gobierno de sus intereses y derechos por encima de las naturales tensiones corporativistas que anidan en todo gremio profesional.

Las consecuencias de esta renovación aplazada no se circunscriben al IG Metall. Ante las sucesivas reformas laborales y sociales emprendidas por Schröder, la DGB no ha podido ejercer su papel como interlocutor global por parte de los trabajadores alemanes.

En la última, que afecta a la sanidad y es de gran calado, el Gobierno ha pactado con la derecha parlamentaria y al sindicato sólo le ha quedado el papel de criticarla a posteriori. El ejemplar Estado de bienestar alemán que se forjó con el protagonismo del movimiento sindical se está recortando sin su participación. Esta pérdida de influencia del sindicalismo alemán es mucho más inquietante que haber perdido una huelga de metalúrgicos, para la propia Alemania, cuyos retos inmediatos necesitan de un fuerte y cohesionado interlocutor social y para la UE, cuyo futuro depende en gran medida de cuándo y cómo se despeje el de Alemania. Por su parte, la Confederación Europea de Sindicatos tiene un hondo motivo de preocupación en la crisis de la DGB, su pilar más sólido desde que se fundara en 1973.

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