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La opinión

Los precios de los hoteles, de nuevo en tela de juicio

Con la llegada del verano reaparecen las valoraciones y estudios parciales que diversas fuentes realizan sobre la evolución de los precios de los servicios turísticos españoles, y en particular de los hoteleros. Sin deseo de polemizar, lo cierto es que nos encontramos con una variable de difícil medición, objeto de numerosos y no muy rigurosos ejercicios de aproximación, y al que demagógicamente se le ha atribuido una excesiva incidencia sobre la inflación española, acentuando la confusión ante la opinión pública.

Ello es así por la especial dificultad de armonizar y comparar unos servicios hoteleros que se comercializan a través de múltiples canales de venta, a los que se les aplican distintos precios y en los que se incorporan diversos servicios en función de la tipología del hotel y su ubicación, así como diferentes escalas por mercados de origen, sometidos en función de la evolución de la demanda a la aplicación de políticas de ofertas o descuentos con respecto al precio inicial.

En este punto, es importante destacar el esfuerzo que está realizando el INE, con el apoyo de Exceltur y las principales asociaciones y empresas del sector, para renovar su metodología de cálculo de las clases turísticas del IPC, y entre ellas la de hoteles y otros alojamientos, con el fin de disponer de un sólido indicador del precio que pagan los españoles por estos servicios. Esta nueva metodología ha supuesto automatizar y coordinar -con el INE- los procedimientos informáticos de un buen número de las principales cadenas hoteleras que, junto a la información de más de 600 hoteles individuales colaboradores, asegurará un tamaño y dispersión de muestra así como unos niveles de fiabilidad hasta ahora inexistentes.

Por otro lado, es preciso igualmente neutralizar la automática e injusta asociación con la que, en general, se etiqueta al sector turístico español y a los hoteleros, más en particular, de ser los principales causantes de las recientes tensiones inflacionistas en España, cuando el impacto que suponen los hoteles sobre el gasto de las familias españolas calculado por el propio INE apenas repercute un 0,64% en el IPC y, en consecuencia, en la inflación española.

Y es que no debe olvidarse que lo que denominamos sector turístico lo componen no sólo los hoteles, sino un buen número de subsectores (12 según la cuenta satélite publicada por el INE), cuya agregación nos permite explicar el por qué con un 12,1% de aportación al PIB, el turismo es el primer sector de la economía española.

Es por ello por lo que una valoración de la capacidad inflacionista y sus efectos sobre la competitividad de nuestros destinos turísticos excede del nivel y evolución de precios del alojamiento, y por ello se hace imprescindible avanzar en el análisis de otras múltiples actividades que, como en el caso de la restauración, servicios recreativos, culturales y deportivos, entre otros, tienen una elevada y creciente incidencia sobre la percepción de nuestros consumidores finales y a las que nuestro sistema estadístico todavía no le ha prestado toda la atención que se merecen. Por último, no se debe olvidar el notable esfuerzo inversor en estos últimos años del sector turístico en general -y muy en particular de nuevo del hotelero- en la mejora de la calidad de sus instalaciones y el aumento de su categoría media. Es por ello que cualquier análisis de precios debería contemplar la metodología de precios hedónicos -que elimina las mejoras de la calidad de la evolución de los precios-, en la urgente necesidad de que el turismo disponga de un sistema de información más riguroso.

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