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La opinión de los expertos
Columna
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El factor demográfico

José María Zufiaur sostiene que el determinismo con que, en general, se presentan los datos sobre la evolución demográfica parece provenir, con sospechosa reiteración, de una conclusión apriorística que se quiere alcanzar

El factor demográfico es la clave de bóveda sobre la que se articulan la mayor parte de las extrapolaciones que se vienen haciendo sobre el futuro de las pensiones. Un factor que suele presentarse como inamovible e incuestionable. Esas previsiones parten de un hecho innegable: la confluencia, en el segundo cuarto de este siglo, de una mayor proporción de personas mayores de 65 años, con un menor crecimiento de la población en edad de trabajar como consecuencia del bajo crecimiento de la natalidad. Lo que acentuará la carga de los trabajadores pasivos sobre los activos.

Ello plantea un desafío para el futuro de las pensiones, en particular, y para el sistema de protección social, en general. Pero la evolución de este fenómeno, sus repercusiones y las respuestas que pueden darse son muy diferentes en función de las variables introducidas en el análisis. El determinismo con que, en general, se nos presentan los datos sobre la evolución demográfica de aquí a 2050 y el escenario catastrofista que de la misma suele extraerse con frecuencia aparenta, con sospechosa reiteración, ser tributario de una conclusión apriorística que se quiere alcanzar. Hay, sin embargo, otras formas de plantear la cuestión.

Por ejemplo, en el plano semántico. El término envejecimiento de la población es equívoco y transmite un mensaje de decadencia. La realidad es que los pronósticos auguran que la juventud durará más tiempo: algunos estudios indican que hace 20 años se consideraban viejas a las personas con 60 años, que ahora se piensa que empiezan a serlo a los 65 y que esa consideración se trasladará a quienes superen los 73 años en 2040. El aumento de la esperanza de vida es, pues, una oportunidad y no una amenaza.

En el futuro habrá menos gasto en juventud o en desempleo, lo que permitirá compensar, al menos en parte, el mayor gasto en pensiones

De igual manera, a la hora de valorar el esfuerzo solidario que tendrá que realizar la sociedad en el futuro, centrarnos sólo en el análisis de la relación activos/pasivos es un enfoque parcial. Tendríamos que estudiar, asimismo, la relación activos/inactivos, ya que de quienes trabajan dependen también, además de los inválidos o las amas de casa, los jóvenes y los viejos que no trabajan. Sería necesario, incluso, contemplar la relación empleados/inempleados, ya que no todos los activos tienen empleo.

Probablemente esto nos llevará a concluir que en el futuro tendremos menos gasto en juventud o en desempleo, lo que nos permitirá compensar, al menos en parte, el mayor gasto en pensiones; y que, si lo sumamos todo, la ratio de esfuerzo solidario que los activos han tenido que asumir en los pasados años de alto desempleo y de baby boom no habrá sido muy inferior al que algunos consideran imposible de financiar en el futuro.

De los distintos estudios sobre la evolución demográfica, relacionados con las pensiones, destacan tres cosas. La primera, que en las dos próximas décadas el panorama es muy favorable: seguirá aumentando el número de cotizantes, se reducirá el desempleo, y se producirá una menor entrada de pensionistas al sistema. Nuestro gasto en pensiones sobre el PIB no va a aumentar y se producirán notables superávit. Serán, por tanto, años para ahorrar (evitando que los excedentes sean utilizados para otros fines) y para recuperar algunos atrasos históricos de nuestro sistema de protección a las personas mayores (nivel muy bajo de las pensiones mínimas, excesiva penalización de las prejubilaciones involuntarias, expulsión del mercado de trabajo de los trabajadores mayores de 50 años, retraso en la separación de fuentes de financiación, falta de protección a las personas dependientes, etcétera).

En segundo lugar, en las proyecciones sobre la población española total en 2050, realizadas por el INE, Eurostat y demógrafos independientes, los resultados entre los distintos estudios y escenarios que se barajan varían de manera espectacular: diferencias entre un 30% y un 40%. Lo que indica dos cosas: que de las dos caras del desafío demográfico una de ellas, el aumento de la población mayor de 65 años, es fija y previsible, y que en la evolución de la población total y de la que está en edad de trabajar existe, en cambio, un amplio campo de intervención.

La tercera se deriva de la anterior. La inmediata actuación para mejorar la bajísima tasa de natalidad y los flujos de inmigrantes pueden hacer variar sensiblemente las previsiones sobre población futura. De hecho, ya se ha invertido, por la llegada de inmigrantes, la tendencia decreciente de la tasa de natalidad; y el INE ha modificado en dos ocasiones sus proyecciones sobre la base del censo de 1991 y, seguramente, deberá proceder a una nueva revisión para tener en cuenta la población inmigrante real detectada en el censo de 2001.

En suma, no existe ningún determinismo para el futuro de las pensiones por la evolución demográfica. Todo dependerá, sobre todo, de la voluntad de las políticas públicas para incidir sobre la natalidad y la inmigración; sobre el empleo, el paro y la tasa de actividad; sobre la edad de incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo y el abandono prematuro del mismo por parte de los trabajadores mayores, y del crecimiento económico y de la productividad. Esto explica que las previsiones sean tan diferentes (así, para unos el gasto en pensiones representará, en el largo plazo, el 11% del PIB y para otros, el 19%).

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