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Columna
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La Europa económica que construimos

Hay entre la opinión pública europea dos debates sobre el desarrollo de sus instituciones económicas que creo merecen la pena resaltar. El primero se refiere al papel del BCE y a su empecinamiento en la inflación como objetivo único e, incluso, independiente de otros como el pleno empleo, el crecimiento o la estabilidad financiera. Otro debate se centra en la vigencia del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, en un momento en el que el ciclo económico no permite a la economía en la zona euro reducir el déficit de algunos de los Estados miembros.

Respecto al énfasis que el BCE ha venido poniendo en la inflación como objetivo último, hay críticas que responsabilizan a dicha actitud del pobre comportamiento de la economía europea, especialmente cuando se la compara con EE UU en la segunda mitad de los noventa. Aunque es evidente que el BCE no ha sido tan alegre como la Reserva Federal bajando tipos, tampoco debería responsabilizarse a la autoridad monetaria de haber minado en exceso las posibilidades de crecimiento económico.

El parón en el crecimiento de EE UU en 2001 ha sido mucho más brusco que el europeo (2,8 puntos porcentuales de reducción en EE UU, frente a 1,9 en la UEM). Además, el punto de partida de los tipos oficiales era muy diferente (6,50% de los fed funds frente al 4,75% del tipo quincenal mínimo del BCE a finales de 2000) y, por tanto, el margen de bajada era superior para la Reserva Federal. Por último, es probable que una parte de la sobrestimación del crecimiento de 2001 por el BCE se debiera a la deficiente cobertura informativa que todavía existe sobre la UEM: no se pueden tomar decisiones rápidas cuando la información llega con tanto desfase, resulta tan incompleta y es tan inadecuada en la cobertura de indicadores adelantados de actividad. El énfasis en la inflación es una herencia de los objetivos fundacionales del Bundesbank, cuya vigencia actual es dudosa, cuando el problema no es la inflación, sino el desempleo. Afortunadamente, el BCE ha mirado más cosas que la inflación en su andadura desde 1999.

También el límite al déficit público es una imposición alemana. La opinión pública de aquel país, renuente a entrar en una unión monetaria con el Club Med (Italia, Portugal y España), trató de cubrirse de la falta de disciplina fiscal de los socios sureños.

Si todos íbamos a disfrutar (o sufrir) una misma curva de tipos, en ausencia de un pacto fiscal, podía darse la circunstancia de que la indisciplina fiscal de un único socio perjudicara a todos los demás. Existen circunstancias que hacen necesaria un política fiscal más laxa a escala de la UEM, pues la perturbación económica desfavorable sobre la demanda es común en todos los países europeos. Lo que parece menos sensato es que se ponga en peligro un límite, del 3% del PIB en el déficit público, que ya tenía en cuenta la posibilidad de estancamiento o recesión.

En el acercamiento del déficit alemán al límite marcado por el Pacto de Estabilidad hay atenuantes y agravantes. Entre los primeros debemos citar el ajuste presupuestario al que se han sometido las economías europeas en la segunda mitad de la década de los noventa, y que el aumento del déficit alemán tenga que ver con una reducción de impuestos directos en una economía a la que no se le deja de pedir la adopción de reformas estructurales. Entre los agravantes del incumplimiento del programa de estabilidad alemán está la imagen dada por el Consejo de Ministros de Finanzas de la UE (Ecofin), donde se evitó una amonestación formal a Alemania y Portugal por incumplir sus compromisos de ajuste presupuestario.

Aquello parece un episodio sacado de un película de los hermanos Marx, pues apenas había pasado un año de una amonestación a Irlanda por practicar una política fiscal demasiado expansiva (cuando tenía superávit en las cuentas públicas), al tiempo que se formaba una mayoría antinatural a favor de las tesis alemanas y portuguesas. El Reino Unido, que no forma parte de la UEM y no sufre en sus tipos de interés la indisciplina fiscal alemana, votaría en contra de la amonestación formal. No habiéndose integrado en el euro, el Reino Unido no debería haber participado nunca en una votación que afectara a los asuntos de los países que se integraron en la moneda única.

Estamos construyendo una economía común sobre la base de una política monetaria única y una cierta disciplina fiscal. En el primer caso, un ingrediente básico es la información económica, que no ha mejorado con el lanzamiento del euro. En el segundo, en cuanto surgen problemas económicos se cuestiona la idoneidad de la disciplina fiscal. Da la impresión de que todavía queda bastante por construir, especialmente si deseamos algo más que una unión monetaria.

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