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Tribuna
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Voluntariado corporativo

Vivimos en un mundo evidentemente imperfecto cuyos desequilibrios, con demasiada frecuencia, se manifiestan con todo su dramatismo. Contribuir a mejorarlo es tarea de todos.

El modelo de Estado de bienestar, en el que han devenido la mayor parte de las sociedades que constituyen el denominado primer mundo, está generando una situación aparentemente paradójica, en la que el aumento de la sensibilización del individuo ante dichos desequilibrios no necesariamente se ve acompañado por una mayor implicación personal a la hora de darles respuesta.

El ciudadano no sólo ha ido delegando en sus gobernantes las responsabilidades más próximas de prestación de servicios, criticándole ­con plena razón de contribuyente­ cualquier deterioro de éstas; sino que empieza a exigirle que arbitre soluciones para aquella otra problemática que desde el tercer mundo irrumpe en su televisor.

Pero reconociendo que los poderes públicos tienen un importante papel que jugar en la solución de muchos de estos desequilibrios, no debemos eludir el que nos corresponde como ciudadanos, ya sea de forma individual y directa o a través de cualquier forma de organización colectiva dentro de la sociedad civil, como puedan ser las propias empresas.

La mera actividad empresarial por sí sola, en tanto se desenvuelva dentro de los parámetros éticos por los que toda compañía debiera regirse, conforma en sí misma un ejemplo de acción social, pues genera empleo, desarrolla el conocimiento, promueve la innovación y difunde buenas prácticas, ya sean mercantiles, laborales o medio ambientales.

Pero la empresa es algo más que una entidad enfocada a la optimización del beneficio del accionista. Es una comunidad de individuos que asumen, comparten y, a menudo, alcanzan los objetivos que se proponen a través de unas capacidades únicas adquiridas con el esfuerzo y la experiencia.

Este aspecto creo que no ha sido (ni está siendo) suficientemente valorado por los que acuden a las empresas buscando apoyo a determinados proyectos de acción social.

Con demasiada frecuencia se considera a la empresa más por su capacidad de financiación que por su capacidad de resolución. Pero el valor de la empresa como agente de cambio social reside, más que en su cartera, en su talento, en su know how, y en sus capacidades de diagnóstico, diseño estratégico, organización, gestión y control.

Sin quitar un ápice de valor a quienes, desde la función pública o desde organizaciones no gubernamentales, se esfuerzan en resolver múltiples problemas de enorme complejidad, quisiera destacar el potencial que ofrece el sector privado (centrado en la consecución de objetivos mercantiles incuestionablemente legítimos) si asumiera un papel más activo en la búsqueda de soluciones para muchos de los problemas que nos rodean.

Creo que este tipo de contribución por parte de los individuos que conforman el sector privado de nuestra economía no debiera ser percibida como un elemento de distracción de la tarea por la que son remunerados, sino como un factor de crecimiento personal tanto en el ámbito humano como en el profesional.

Articular y facilitar la contribución directa del individuo a proyectos sociales a través de estructuras de efectividad ya probada, como puedan ser las propias empresas, es una vertiente aún novedosa en el área de la acción social. Pero merece la pena explorarla.

Al igual que vamos comprobando como la expresión de la solidaridad se ha ido desplazando desde el mero donativo hacia el voluntariado activo, no me cabe duda de que la participación de las empresas tendrá que evolucionar desde la simple contribución económica a lo que podríamos denominar el voluntariado corporativo.

Y es que muchas veces esta contribución económica no puede igualar el valor que representa poner a disposición de un proyecto el activo más valioso de una empresa: su ventaja competitiva.

Algo que lleva haciendo desde hace mucho, mucho tiempo MRW, liderada por Francisco Martín Frías, empresa ejemplar con la que hemos tenido el privilegio de participar en el proyecto Juntos por África, ofreciendo nuestra red de distribución en apoyo de esta interesante iniciativa promovida por Cruz Roja, Intermón Oxfam y Médicos sin Fronteras.

Es cierto que las empresas que muestran un comportamiento responsable generan una actitud hacia ellas más positiva, que se traduce en mejores resultados económicos, como demuestra el seguimiento de índices como el Domini 400 Social Index (DSI 400), el Dow Jones for Sustainability o el FTSE4Good. Pero la responsabilidad social de la empresa no debe concebirse como una fría estrategia, sino como una sincera actitud.

Ahora bien, no debemos olvidar que la empresa sólo puede cooperar en tanto exista y que su existencia sólo está garantizada por su viabilidad económica.

Las empresas tenemos un largo y estimulante camino que recorrer. Este camino pasa por entender que todas somos parte de la sociedad y que todas estamos integradas por personas que sienten la realidad que les rodea, que quieren lo mejor para su empresa… y también quieren lo mejor para el mundo en el que viven.

Y que ambas aspiraciones son no sólo compatibles, sino indisociables.

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