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Carta del director
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Frente al terror, sin miedo, con cabeza

No es que debamos resignarnos a los atentados, sino combatirlos sin cambiar nuestro modo de vida

Homenaje en Barcelona a las víctimas del atentado.
Homenaje en Barcelona a las víctimas del atentado.EFE
Ricardo de Querol

Barcelona se repondrá del mazazo terrorista. Como Madrid siguió en marcha tras el 11M, como Nueva York ha reconstruido el World Trade Center sobre las cenizas de la zona cero y sigue siendo el irresistible melting pot que siempre fue. París, Londres, Berlín no se han detenido. Las ciudades cosmopolitas y abiertas no pierden su identidad por la tragedia de un asesinato masivo. El dolor es intenso y lo sentimos ahora todos. Solo dejará heridas duraderas, irreparables, en las víctimas y sus allegados. Como ocurre tras toda desgracia, la vida seguirá. Si los terroristas pretenden combatir precisamente eso, ese estilo de vida libre, diverso y tolerante de la encantadora Barcelona, no van a conseguirlo.

Reconforta la serena reacción de ciudadanos y autoridades. La foto de La Rambla, repleta otra vez de vecinos y turistas en la mañana del viernes, confirma la enorme fuerza de la vuelta a la normalidad. Y la imagen de las instituciones juntas en el minuto de silencio del viernes (¡No tinc por!), dejando muy al margen el enfrentamiento por el procés, indica el camino. No cabe otra que la unidad de los poderes públicos, las fuerzas políticas y sociales. Porque nos enfrentamos a un enemigo que seguirá golpeando todo lo que pueda, es decir, siempre que la anticipación policial no lo evite. Lo ha evitado muchísimas veces desde 2004, en estos 13 años en que el yihadismo golpeaba en otros lugares. No todos en Occidente, por cierto, ni siquiera la mayoría. El terror yihadista mata hoy mucho más en Oriente Medio y África. Pero es comprensible que nos alarme más cuanto más cerca. Niza nos impacta más que Pakistán. Barcelona nos duele muchísimo más que Nigeria. Es humano preocuparte más por tu entorno más próximo.

Reconforta, decía, esa unidad en la que solo chirrían las reacciones miserables de ciertos opinantes, de esos que aprovechan cualquier evento para propagar mensajes de odio. No les hagamos tanto caso, aunque hoy las redes den un altavoz a cualquiera. Esto no ha tenido nada que ver ni con el independentismo ni con la turismofobia, por rechazables que nos parezcan. Otros la tomaban contra los medios que cumplían con su deber de informar (lo que incluye la cobertura gráfica), en la mayoría de casos con la sensibilidad exigida. No viene a cuento tomarla ahora contra los refugiados (que huyen de esos mismos asesinos), mucho menos contra el islam en general. No estamos ante una nueva Reconquista, como dijo una célebre periodista. En esta guerra nada convencional entre la barbarie y la humanidad de cualquier civilización, los musulmanes han puesto la mayor parte de las víctimas. Tampoco hay solo fanatismo religioso en los crímenes yihadistas: también hay detrás un (temible) proyecto político y nacionalista, que se ha hecho realidad en ciertos territorios (los del Estado Islámico en Siria e Irak, afortunadamente en retroceso; pero también en partes de Libia, Nigeria, el Sinaí egipcio, hasta Filipinas).

El camino, entonces, es la unidad. Pero no solo en los minutos de silencio. Donde nos la jugamos es en el terreno de la inteligencia y las fuerzas de seguridad de todos los niveles:estatal, autonómico, ojalá que europeo e internacional. La vigilancia tradicional y electrónica ya ha servido para impedir matanzas. Además, habrá que reforzar medidas de seguridad (muchas incómodas, como las de los aeropuertos) en otros espacios concurridos y eventos de masas. Proliferarán los bolardos y maceteros en nuestras calles peatonales. Nunca estaremos a salvo cuando cualquier coche puede convertirse en un arma. Podemos ponérselo difícil, eso sí.

Un apunte sobre el impacto económico. En el corto plazo, Cataluña o incluso España entera podrían sufrir un cierto efecto como destino turístico. A la larga, Barcelona seguirá siendo uno de los lugares más atractivos imaginables. Los mercados acogieron los atentados con leves descensos. Es duro decirlo así, pero cierto nivel de terrorismo está descontado. Las Bolsas no viven tan pendientes como creemos del llamado factor geopolítico, salvo en lo que tenga una consecuencia muy directa en la economía y afecte a empresas y valores determinados. A pesar de los atentados cada vez más frecuentes (casi todos de bajo coste, nada que ver con el 11S), en términos históricos, vivimos una era relativamente pacífica a escala global, con guerras localizadas, aunque sus coletazos nos sacudan a todos. Si se trunca el rally bursátil, no será por los atropellos masivos.

Y un apunte sobre política: es muy prematuro valorar si este atentado influirá de alguna manera en la grave crisis de Estado desatada por el desafío independentista. Ojalá las expresiones de solidaridad social e institucional sirvieran para ayudar a ir restableciendo puentes, cuanto menos sentimentales, entre las partes que deben sacarnos de este callejón sin salida. Pero, por ahora, el insensato choque de trenes sigue su curso.

No es que debamos resignarnos al terror. Habrá que hacer lo necesario para prevenirlo y perseguirlo. A largo plazo, la comunidad internacional tendrá que pacificar de una vez Oriente Medio, alimento de tanto odio. Pero, mientras tanto, no vamos a cambiar nuestro modo de vida. Eso querrían los terroristas, romper nuestro modelo de convivencia, en el que deben caber todos los que no matan ni animan a matar.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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