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El Foco
Tribuna
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Brasil: los mercados esperan la inevitable caída de Temer

Los mercados apuestan contra la situación política y esperan la inevitable caída de Temer

Protestas en Río de Janeiro contra el presidente brasiño Michel Temer.
Protestas en Río de Janeiro contra el presidente brasiño Michel Temer. REUTERS

Tomamos prestado el título del autor austríaco Stephan Zweig, Brasil, país de futuro, allá por 1942. Una de las últimas obras del autor que se suicidaría apenas unos meses después.

Brasil, el gran país que es un continente en sí mismo. Proteccionista a ultranza, desigual, vasto, inmenso, atravesado por el cáncer de la corrupción, prácticamente metastasiado hasta los tuétanos. Un país que es un auténtico polvorín de conmoción social, política y a la larga, económica. Hace un año el hoy presidente, tomó posesion de su cargo, consumada la traición a Dilma Rousseff, y blasonado un Gobierno de unidad y salvación nacional, está viviendo sus últimas horas en la ciénaga de la corrupción, la mentira, el engaño y la mascarada.

El país, pese a la leve recuperación vivida en los últimos trimestres, se desangra en un lodazal de engaños, fraudes, sobornos y absoluta falta de credibilidad política. Saber hasta dónde llegan los tentáculos tanto dentro como fuera del país de todo un emporio de trampas y corrupción pública y privada es harto complejo. Los mercados apuestan contra la situación, o lo que es lo mismo, metafórica pero realmente, contra Brasil. Un Gobierno sin legitimación, bajo la sombra alargada de la corrupción, no se sostiene. Nada hay más asustadizo para los inversores que sentarse sobre la cima de un volcán en plena efervescencia, que es lo que hoy es y simboliza un país sin embargo inmensamente rico en reservas y recursos. Solo es cuestión de tiempo. Michel Temer caerá. Entró mal y saldrá peor.

Si Temer dimite, el Congreso puede nombrar a un nuevo presidente, un nuevo par que probablemente tampoco esté libre de sospechas. Pues hoy la sospecha, la presunción y la realidad viven en un mismo plano. No puede convocar elecciones anticipadas constitucionalmente hablando.

La espoleta esta vez, unas grabaciones de Temer con el magnate de JBS, Joesley Batista, la compra de silencios de Eduardo Cunha y la operación Lava Jato. Recordemos que Cunha fue presidente del Congreso, correligionario de filas de Temer y principal impulsor del ostracismo y caída de Dilma Rousseff y hoy está en prisión. Un auténtico jaque mate a un presidente que, si tuviera dignidad, debería dimitir inmediatamente. Con doce impeachment pedidos sobre su persona, con una desbandada en las últimas horas total de sus diputados y senadores de lo que es su base de partidos políticos aliados, su situación es insostenible.

Además, el seis de junio próximo se inicia el juicio ante el tribunal electoral por abuso de poder y financiación ilegal de la campaña electoral de 2014 en su etapa como vicepresidente de Dilma Rousseff, lo que todavía complica más las cosas y puede suponer, de no anticiparse él mismo, su apartamiento del poder.

El laberinto político brasileño se topa además con las ataduras constitucionales vigentes donde no es tan fácil convocar unas elecciones anticipadas toda vez que Temer no renuncie a su cargo.

Atrapado en este hilo nemético de Ariadna, el país puede verse abocado a una parálisis y desprestigio absoluto. Ya se dan por perdidas las reformas laborales y de prestaciones sociales que estaban en trance de implementarse. La Constitución solo permite elecciones anticipadas si estas suceden antes del transcurso de la mitad del periodo de legislatura, pero los dos años ya han transcurrido, uno de Temer y otro de Dilma. Además de la aprobación del Congreso. De esta manera, cabrían dos hipótesis: o bien que el Congreso nombre a un sustituto, elección indirecta, en un avispero donde ya nadie está libre de sospecha ni mancha, o bien esperar a una reforma constitucional, propuestas ya existen que permitan elecciones, y celebrarlas, pero que en el mejor de los casos necesitarían entre seis y nueve meses para poder celebrarse. De otra parte, no hay candidatos ahora mismo con un mínimo de confianza, credibilidad, honestidad, ejemplaridad, etc. Ni Marina Silva, ni Aecio Neves (principal rival de Rousseff en 2014), ni Lula están libres de mácula.

La confusión, las finas hilaturas de la sospecha han terminado por incendiar la política en Brasil y poner en jaque la estabilidad política, pero sobre todo, y como apéndice de la misma, aunque en puridad habría que invertir el orden, también la estabilidad económica, hoy ausente en Brasil. Con ella, sus rescoldos tratan de propagarse en no pocas Bolsas del mundo, que notan el golpe, pero este será solo puntual. Brasil, país de futuro, sigue siendo eso, futuro, pero no realidad.

Sin estabilidad no hay credibilidad ni acción posible y certera de gobierno. El temor es ese. Y Temer lo tiene ya imposible. Su partido y sus aliados acaban de dinamitarse por entero. Cuando hace un año tomó posesión, no proclamó discurso alguno. Una foto firmando decretos de nombramiento escenificó una transición que no tuvo lugar.

Dilma se convirtió en una presidenta espectro, hoy Temer es un ser fantasmagórico. Las sombras de partidos acostumbrados a sobrevivir en las aguas subterráneas se mueven para ejecutar al reo. Adviértase que no denominamos cloacas, pero el Congreso brasileño es el conciliábulo perfecto de viejos patricios y nuevos prebostes dados más a la conspiración y el pacto transversal personal al margen de ideologías. Un país con más de una treintena de partidos con representación. Y cuya gobernabilidad, sin mayoría, es complejísima.

Temer no pudo cambiar en meses un modelo productivo que ha colapsado en un país donde el proteccionismo es altísimo y la competitividad se desestimula. Tenía dos frentes: este, el económico, el de la angustia y miedo o temor a que la recesión no haya tocado suelo y esa pobreza vuelva con fuerza, nunca desterrada: y el político, el de la estabilidad, sabiendo que enfrente tiene al Partido de los Trabajadores y a los descontentos que pronto llegaron.

Abel Veiga es profesor de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas.

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