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Carta del director
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

No lo llamen liberalismo

Esperanza Aguirre no quedará como referente de su ideología, sino del peor capitalismo de amiguetes

Esperanza Aguirre, este jueves tras declarar en la Audiencia Nacional por el caso Gürtel.
Esperanza Aguirre, este jueves tras declarar en la Audiencia Nacional por el caso Gürtel.Pablo Blazquez Dominguez (Getty Images)
Ricardo de Querol

Es que no hay liberales en este país?”, se preguntaba en voz alta Esperanza Aguirre el pasado agosto ante lo que considera una deriva socialdemócrata del PP de Rajoy, forzado por las urnas a buscar apoyos en Ciudadanos y el PSOE. No es ese el modelo de Aguirre, que ha ejercido un poder absoluto en el PP madrileño durante 12 años, y cuya referencia siempre fue Margaret Thatcher. Le gustaba de ella ese carácter fuerte y peleón, que lucha “contra todo y contra todos”, un modelo de “firmeza y de integridad a la hora de defender sus principios”, enemiga del consenso. “Thatcher y Churchill han sido los políticos europeos que más han hecho por la libertad en el siglo XX”, dijo en 2013, cuando murió la Dama de Hierro.

Hay un tipo de liberalismo que pone el foco en la libre empresa y la desregulación pero que tiene menos aprecio por las libertades civiles y gusta de la mano dura. Unas de las últimas imágenes públicas de Thatcher son las de su visita-homenaje al tirano Augusto Pinochet, retenido en Londres, en 1998. Pinochet, sí, liberalizó la economía chilena y privatizó hasta las pensiones. Pero lo hizo a punta de fusil, mientras arrojaba disidentes al mar desde helicópteros o robaba los bebés a las mujeres que parían en sus centros de tortura. No creo que eso le hubiera gustado mucho a Adam Smith.

Es difícil defender un liberalismo que no necesita la democracia, pero en tiempos de Reagan y Thatcher el modelo se ensayó en varios países. Hoy la bella causa del liberalismo se profana de otra manera: poniendo la etiqueta a lo que en realidad es el capitalismo de amiguetes. Es decir, la conquista del poder para repartir favores, disfrazar como apertura lo que es un intervencionismo para beneficiar a unos pocos, cuando no un saqueo a costa del ciudadano-contribuyente.

En el entorno de Esperanza Aguirre ha habido demasiados ejemplos de este abismo entre teoría y práctica. Una legión de sus colaboradores está ante los tribunales, los más destacados los dos vicepresidentes que tuvo en la comunidad: Francisco Granados e Ignacio González, a la postre su sucesor. Los paladines de la escuela concertada estaban cobrando mordidas de los colegios agraciados. Los que decían no creer en la empresa pública se dedicaban a esquilmar la de aguas, el Canal de Isabel II, vía contratos en América Latina o adjudicando a familiares un campo de golf. Todo presuntamente, por ahora. Y los supuestos enemigos del intervencionismo tomaron la caja de ahorros como una finca y compraron voluntades con las black. Dando además el penoso espectáculo de un pulso dentro del partido por esa presa (rivalizaron González y Rato, qué dilema visto hoy).

Espionajes, filmaciones con bolsas de plástico en mano, un millón de euros escondido en el altillo del suegro, ático de lujo en la playa. Turismo de gorra, fiestas regadas con confeti, un Jaguar en el garaje. Facturas falsas, contratos amañados, autosubvenciones. Una tupida red de tramas en beneficio del partido o de bolsillos particulares. Aguirre decía que entre sus cientos de nombramientos “han salido rana solo dos”. Hoy en esta pestilente charca nos atrona el croar de tanta rana.

La exministra, expresidenta del Senado y de Madrid y todavía portavoz municipal del PP quería ser un referente ideológico. Su leyenda (ha sido tremendamente popular) queda ensuciada sin remedio. Ella no tendrá las manos manchadas, pero su equipo se dedicó con esmero a delinquir (presuntamente, diré otra vez). Y lo que no era delito tenía delito.

No era liberal convertir Telemadrid en una maquinaria de propaganda sectaria con generosos contratos para los opinadores afines. No fue liberal repartir las licencias de TDT y radio al margen de cualquier criterio profesional, beneficiando, por ejemplo, a ese predicador radiofónico que fundó un medio que se dice liberal con dinero de la caja B del PP.

La causa liberal, en realidad, está de capa caída. Si lo que fueron Thatcher y Reagan hoy lo representa Trump, lo suyo es sabotear el libre comercio y dictar en tuits a las empresas lo que tienen que hacer. Nada de laissez faire.

Un auténtico liberal creería que la sociedad civil debe tener más peso y el Estado intervenir poco. Animaría la competencia, que exige juego limpio. Aquí se impuso el discurso contradictorio de los que pretenden ser liberales y mandar mucho:privatizan por liberales y se lo colocan a los suyos para que se sepa quién manda aquí. No pudieron resistirse al inmenso poder de su dedo.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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