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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Unos convenios asimétricos donde mande la productividad

El propio Gobierno admite que los salarios deben normalizarse

El presidente de la CEOE, Juan Rosell.
El presidente de la CEOE, Juan Rosell. Efe

El comportamiento de los salarios se ha convertido en uno de los caballos de batalla de las relaciones industriales, una vez que se han superado las ásperas circunstancias de la crisis que forzaron a las empresas y sus plantillas a recortes dramáticos de empleo y de remuneraciones. El propio Gobierno, que no es precisamente un adalid del expansionismo salarial a juzgar por la subida practicada este año en los sueldos de los funcionarios o los pensionistas, admite que los salarios deben normalizarse, puesto que la economía no está ya al borde del colapso como hace tres o cuatro años.

Efectivamente, el escenario ha cambiado mucho y para bien. Pero nadie debe olvidar por qué ha cambiado y reconocer que precisamente la contención salarial ha tenido mucho que ver en ese giro de la economía. La mal llamada devaluación salarial, la reducción de los costes laborales unitarios, ha sido uno de los pilares en los que se ha sustentado la recomposición de la competitividad de la economía española para que las exportaciones ganen un peso en el PIB de nada menos que de diez puntos largos, justo la cantidad que de forma natural ha perdido la construcción residencial, y que ha arrastrado al desempleo a millones de trabajadores.

Por tanto, la negociación colectiva debe recuperar parte de la alegría con subidas nominales, tal como ya admite la propia CEOE, que habla de una banda salarial que oscile entre el 1% y el 2%, amén de un 0,5% adicional condicionado a la generación de productividad. Pero no deben los negociadores de los convenios perder de vista unas cuantas cosas para evitar una vuelta a la dolorosa destrucción de empleo. En primer lugar, que las alzas deben tener como referencia de precios la inflación subyacente (1,1%), para esquivar los espasmos que contiene el IPC general, muy voluble por los vaivenes de la energía. Además, la negociación debe ser lo más asimétrica posible, de tal guisa que cada empresa negocie aquello que puede costear sin dañar su cuenta de resultados para preservar la inversión futura; y siempre se debe utilizar la productividad generada o esperada como regla maestra para determinar los costes.

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