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Ciencia y Salud

Dolor crónico, la enfermedad invisible

Una de cada seis personas la padece, pero pocos se lo tratan por falta de información

Getty Images
Manuel G. Pascual

Existe un mecanismo de alerta que avisa al organismo de que el cuerpo está sufriendo daños. En argot médico se conoce como dolor agudo. Gracias a él, subraya el neurólogo y neurofisiólogo Jordi Montero, los animales viven mucho más tiempo, en tanto que rechazan instintivamente las situaciones que les perjudican y ponen en peligro.

El dolor crónico, en cambio, es más complejo. No finaliza cuando cesa la causa que lo originó, sino que “persiste en el tiempo y afecta severamente a la esfera emocional, familiar y laboral, pudiéndose considerar una enfermedad en sí mismo”. Así lo define la Asociación Internacional de Estudio del Dolor (IASP). “Se produce por un error en los cables neuronales, que se ponen en marcha sin que nosotros lo sepamos después de haberse activado la memoria o la sensibilización de un dolor agudo sufrido mucho antes”, explica Montero, autor de Permiso para quejarse (Ariel), uno de los ensayos más vendidos en lo que va de año. “El recuerdo o a veces simplemente la ansiedad despiertan estas redes, que se traducen en dolor”, continúa.

Entre el 40% y el 80% de las consultas médicas están relacionadas con el dolor

A diferencia del agudo, que nos avisa de que tenemos problemas, el crónico no sirve para nada: solo molesta. Se calcula que diez millones de españoles sufren dolor de forma repetida. La Sociedad Española del Dolor (SED) estima que entre el 40% y el 80% de las consultas médicas están relacionadas con el dolor, siendo la causa más frecuente por la que los pacientes acuden al centro médico. El tiempo medio de duración de un dolor crónico, el que persiste al menos entre tres y seis meses, es de más de nueve años. El 35% de los pacientes vive sufriendo dolor durante toda su vida. En la espalda, en las articulaciones, en la zona pélvica, en la cabeza... Ninguna parte del cuerpo está a salvo.

A la luz de estos datos, cabe preguntarse si el sistema nacional de salud (SNS) presta la atención debida al dolor crónico. “Se estima que el 17% de la población sufre dolores crónicos. Pero solo hay 180 unidades del dolor. No salen las cuentas”, opina Concha Pérez, jefa de la Unidad de Dolor del Hospital de la Princesa y vocal de la SED. Estas unidades suelen ser multidisciplinares. “En la mía hay una farmacóloga, una psicóloga y una asistente social, entre otros. La idea es que, dependiendo del caso, puedan trabajar uno o varios especialistas de forma coordinada para abordar los casos, tanto en los tratamientos farmacológicos como psicológicos o intervencionistas”, ilustra la doctora Pérez.

Un mecanismo creado y regulado por el cerebro

La complejidad del tratamiento del dolor crónico se deriva de que el propio dolor es un mecanismo regulado por el cerebro. Mientras que el agudo alerta de que algo está mal, el crónico obedece a un fallo en los sistemas nerviosos.

“Nuestra consciencia tiene un dominio limitado de nuestros sentimientos y estos pueden generar dolores que están en nuestro cerebro, sin que nosotros lo sepamos”, escribe Jordi Montero en su libro Permiso para quejarse.

“Si existen influencias decisivas en la valoración del dolor, no son otras que las emociones”, prosigue el autor. “El dolor es como el sonido, que nunca deja de existir, pero las emociones funcionan como el volumen, que puede amplificar o acallar la sensación. Eso explica que, en una situación de estrés, nuestro dolor se amplifique; mientras que si nos concentramos en una sensación agradable, disminuya”.

Si en vez del tiempo durante el que se manifiestan (agudo y crónico) se clasifican por su mecanismo de funcionamiento, los especialistas distinguen dos grandes tipos de dolores: los nociceptivos, que afectan a alguna parte del cuerpo, y los neuropáticos, los que sobrevienen cuando falla una estructura nerviosa central o periférica. Estos últimos, cuenta Pérez, son los más difíciles de tratar: las técnicas de neuromodulación conviven con fármacos antiepilépticos, opioides y hasta anestésicos.

Uno de los rasgos del dolor crónico es que, a diferencia del agudo, cuesta aplacarlo solo con medicamentos. “Además de analgésicos y opioides, usamos también antidepresivos, ya sea porque el dolor causa depresión o para regular el nivel de serotonina. Los fármacos pueden ayudar a tratar un dolor crónico, pero a menudo solo durante un tiempo limitado”, sostiene la doctora Pérez. Resultan más útiles técnicas dirigidas a tratar de controlar emociones y estados de ánimo, en tanto que son los impulsos nerviosos los que activan e intensifican los dolores crónicos. “El bienestar emocional, la dieta y el estilo de vida tienen mucho que decir para un paciente con dolor crónico”, asegura Montero. Como el dolor procede del cerebro, su percepción se puede entrenar.

La Fundación para la Investigación en Salud (Fuinsa) puso en marcha hace una década una iniciativa, la Plataforma Sin Dolor, para concienciar de la necesidad de que tanto el sistema como los propios pacientes se tomen en serio el dolor. “Los cuatro signos vitales son la presión arterial, el pulso, la temperatura corporal y la frecuencia respiratoria. Nosotros defendemos que se añada el dolor como quinto signo”, sostiene Antón Herreros, director general de Fuinsa.

Los expertos reivindican, más allá de que se le preste la atención debida al dolor crónico, que se considere una enfermedad en sí misma. Los dolores crónicos son de hecho la primera causa de baja laboral en España. “A menudo, los pacientes con enfermedades crónicas tienden a considerar el dolor como una patología más, como algo intrínseco a la enfermedad. No tienen por qué convivir con ese dolor: se puede tratar”, indica María Gálvez, directora de la Plataforma de Organizaciones de Pacientes. “Para eso hay que conocer el dolor y pedirle al médico que nos lo trate”.

Dar ese paso no es sencillo, precisamente porque se tiende a considerar el dolor como parte de otra enfermedad. La concienciación de la población es clave para revertir esta situación.

El personal sanitario tiene también mucho que decir. “A nadie le tienen que explicar qué es la cardiología o la cirugía. En cambio, nosotros tenemos que esforzarnos para que el resto de médicos entienda nuestro trabajo”, se queja la doctora Pérez. En la mayoría de facultades, prosigue, no hay asignaturas sobre dolor, aunque cualquier profesional sanitario se enfrentará a él.

“El dolor no es una especialidad como concepto, sino que es transversal: afecta a traumatología, medicina interna, psicoterapeutas, etcétera”, añade Herreros. “Se dedica más tiempo al abordaje del dolor en las facultades de Veterinaria que en las de Medicina”, se lamenta.

“Las emociones son básicas para tratar el dolor crónico”

El doctor Jordi Montero (Barcelona, 1951) es uno de los referentes en el tratamiento y estudio del dolor. Especialista en neurología y neurofisiología, su labor en el Hospital Universitario de Bellvitge, el Instituto Dexeus y la Clínica Tres Torres se ha centrado en la creación y promoción de unidades de neurofisiología, enfermedades neuromusculares y diagnóstico de pacientes con dolor crónico. Acaba de publicar Permiso para quejarse (Ariel), un libro en el que vuelca sus 40 años de experiencia clínica en el tratamiento del dolor para analizar sus causas y mostrar que el cuidado de las emociones puede ser vital para su abordaje.

¿Qué consejos le daría a quien padezca dolores crónicos?

En primer lugar, que alguien le explique con exactitud cuáles son los mecanismos del dolor, que procure entender qué es lo que le sucede para que comience a disminuir su miedo y su angustia, lo que se traduce en cierta mejoría. En segundo lugar, son recomendables técnicas de fisioterapia. También conviene regular al máximo los problemas emocionales. Después está lo que no debe hacer: los tratamientos agresivos pueden agravar su dolor.

Subraya la relación entre emociones y dolor.

Gracias a las neurociencias estamos empezando a observar las emociones para entenderlas. Lo que ya no dudamos es que las emociones son lo esencial en el funcionamiento del cerebro. Somos menos racionales de lo que pensamos, las emociones nos ayudan a votar y hasta a escoger pareja. Cualquier dolor agudo crea una situación emocional compleja que genera una memoria del dolor. Ese dolor queda grabado para siempre: es el dolor sin daño, o dolor crónico.

¿Cómo se trata eso?

Propiciando cambios en su conducta, con psicoterapia emocional, trabajando la regulación emocional... Todo eso no puede ser más que positivo. Si le ofrecemos más medicina o métodos agresivos vamos a empeorar su dolor. No existe una cura para el dolor crónico, pero sabemos lo que no debemos hacer.

¿Se puede borrar esa memoria del dolor?

No tenemos los mecanismos para hacerlo. Eso sucede con el alzhéimer: las personas que sufren esta enfermedad pierden, entre otras cosas, el dolor crónico. No obstante, las técnicas de neuromodulación tratan de disminuir memorias que no nos interesan.

Usted reivindica el papel de las caricias.

Son la forma más primitiva de relación entre los mamíferos. Pero a veces la cultura colisiona contra ello. Habría que avanzar hacia una normalización del contacto físico y táctil respetuoso entre el personal sanitario y los pacientes.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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