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Tribuna
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Innovación, nuevas tecnologías y empleo

Las empresas más exitosas son las que son capaces de desarrollar o adoptar nuevas tecnologías.

Las mejoras tecnológicas y las innovaciones en los procesos de producción son los motores principales del crecimiento de la renta per cápita, el nivel de vida en definitiva, en nuestras economías. Se trata de cambios continuados, a veces fruto de grandes invenciones que se van diseminando poco a poco por toda la economía pero, muy a menudo, resultado de pequeños cambios en la forma de hacer las cosas.

Por ello, las empresas más exitosas son las que son capaces de desarrollar o adoptar nuevas tecnologías, quizás para nuevos usos, pero también las que promueven el replantearse continuamente las maneras de hacer las cosas. Las empresas más dinámicas permiten que sus empleados se equivoquen porque las innovaciones requieren prueba pero, también, error.

Las mejoras de productividad permiten, por definición, producir más con menos. Por ejemplo, una mejora en la eficiencia energética de un motor puede permitir que un avión vuele una distancia mayor con la misma cantidad de combustible. Otro ejemplo claro es la automatización o robotización de procesos, lo que permite producir más con una menor cantidad de mano de obra.

En este caso, y bajo determinadas circunstancias, las nuevas tecnologías o las innovaciones pueden terminar desplazando o eliminando parte del empleo asociado. No se trata de un fenómeno nuevo: el ludismo surgió a principios del siglo XIX con las protestas de artesanos ingleses que temían perder su trabajo con la introducción del telar industrial. Reconocer que la innovación y el progreso tecnológico, positivos en su conjunto, pueden generar perdedores es clave para mitigar sus efectos adversos. Esto es importante por una cuestión de equidad pero, también, para evitar que se desarrollen movimientos de resistencia al cambio, de resistencia al progreso económico en definitiva. El ludismo, o corrientes del estilo, no pueden ser una alternativa.

Las empresas más dinámicas permiten que sus empleados se equivoquen porque las innovaciones requieren prueba pero, también, error

Procurar que la innovación redunde en beneficio de la mayoría es una responsabilidad compartida: recae sobre individuos, empresas y gobiernos. De nosotros, las personas, requiere flexibilidad, capacidad de adaptación, voluntad de formación continua y de reciclaje profesional porque un mismo trabajo, una misma tarea difícilmente lo será para toda la vida. Las empresas deben promover la formación continua de sus empleados y una flexibilidad organizativa que facilite su reasignación dentro de la compañía.El reto al que se enfrentan los gobiernos tampoco es menor. Cada vez son más las voces que defienden recetas aparentemente sencillas para minimizar la pérdida de puestos de trabajo. Unas soluciones que, muchas veces, se plantean como remedios milagrosos con un efecto curativo inmediato. El auge de las llamadas políticas proteccionistas es un buen ejemplo de ello. Sin embargo, es preciso recordar que las barreras a la importación, o los subsidios directos a determinados sectores, son políticas que no gozan de un buen track record.

De hecho, en la mayoría de casos han acabado dando alas a la corrupción y la ineficiencia, la antítesis de lo que sería una mejora del desarrollo sostenible. El papel de los gobiernos debe centrarse en aquellas políticas que faciliten el desarrollo de las innovaciones y minimicen sus impactos negativos. Políticas que cumplen con esos criterios son, por ejemplo, las que facilitan el crecimiento de las empresas más dinámicas, aquellas que pueden emplear a los trabajadores de sectores que pierden ocupación; las que ofrecen una red de protección social suficientemente generosa y flexible, con un papel importante para las políticas laborales activas; y las políticas que garantizan un sistema educativo de calidad, que enseñe a aprender y a innovar.

Las mejoras tecnológicas son la fuente del enriquecimiento de la sociedad, pero a la vez suponen un reto que tenemos que afrontar si pretendemos un crecimiento económico inclusivo, condición también para que sea sostenible.

Jordi Gual es presidente de Caixabank.

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