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Opinión
Tribuna
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Guindos: no digan que fui ratista

El ministro es el bueno de su propio relato. Rato es el otro protagonista, pero de todo lo que salió mal

Luis de Guindos y Rodrigo Rato, en una imagen de 2012.
Luis de Guindos y Rodrigo Rato, en una imagen de 2012.EFE
Ricardo de Querol

La imagen del ex tantas cosas Rodrigo Rato en el banquillo de los acusados este martes, defendiendo con desparpajo que las tarjetas black eran un complemento de lo más normal a su salario millonario en un banco quebrado, habrá reafirmado a quien hoy se sienta en el que fue su sillón del Ministerio de Economía en renegar de todo lo que significó su antecesor y mentor.

“En aquella época podía ser considerado ratista”, recuerda Luis de Guindos sobre el día de diciembre de 2011 en que recibió la llamada de Cospedal (antes que la de Rajoy) para que se incorporara al Gobierno. En las 164 páginas de España amenazada (Península), el ministro se esmera en deshacerse de esa etiqueta, aunque fue Rato quien lo metió en política con distintos cargos entre 1996 y 2004, hasta llegar a secretario de Estado (en tándem con Cristóbal Montoro que perdura hoy).

No contaba el ministro de Economía en funciones con que seguiría siéndolo en el otoño de 2016, cuando se ha publicado el libro. Se percibe demasiada franqueza en quien compromete al Gobierno con sus palabras. Tampoco es que haya nada tan incómodo para el Ejecutivo de Rajoy (si acaso para el PP) en un texto que es, sobre todo, un elogio de cómo se salvó (de cómo Guindos salvó) a España del abismo al que se asomaba tras la salida de Zapatero de La Moncloa.

Si fuera una novela, Guindos sería el bueno de su propio relato. Rato es el otro protagonista, pero de todo lo que salió mal:el hundimiento de las antiguas cajas, el rescate de la banca y casi de todo el país, las tarjetas black... Rato sería el malo si no hubiera un villano peor: Miguel Ángel Fernández Ordóñez, entonces gobernador del Banco de España. Entre MAFO y Rato urdieron aquella desdichada salida a Bolsa de Bankia. Como el de Cibeles era socialista, y además cuenta su versión en otro libro de la misma editorial (Economistas, políticos y otros animales), despiertan más morbo los dardos a Rato, escritos con frialdad, sin apenas adjetivos, y que ocupan 35 páginas.

Primer reproche: abandonó la dirección del FMI tras solo un año y medio, con lo que había costado a la diplomacia española colocarlo ahí. Ese paso fue “muy decepcionante”, dice Guindos, las razones “solo las sabe él” y “a partir de ahí su brillante trayectoria se tuerce”.

Segundo reproche: en 2010 se convierte en presidente de Caja Madrid, y no a propuesta de Rajoy, sino que “es Rato quien pidió el puesto a Rajoy”. Luego se fija a sí mismo un sueldo por encima de la media de los presidentes de Santander, BBVA y Caixa, entidades más grandes y (comprobado) solventes que Bankia. Esto escandaliza tanto al ministro que, por decreto, le recorta la retribución a 600.000 euros.

Tercero: Rato ejemplifica lo que eran las cajas de ahorros en la época, dominadas por políticos, además de sindicatos y patronales. “¿Algún banquero o gestor acreditado? Ni por asomo”, se pregunta y responde Guindos. Rato y José Luis Olivas, presidente de Bancaja, son exponentes de ese perfil nada idóneo, “vidas paralelas que no resistieron la terapia de choque que se tuvo que aplicar a la entidad”. Así que, cuando estalla la crisis financiera, “la entidad presidida por Rodrigo Rato era percibida como un coloso con los pies de barro, con un balance no creíble y una gestión no profesional”.

Cuarto: las tarjetas black. Del uso irregular de esos fondos informa a Guindos el nuevo presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri. Ha dado mucho que hablar una única frase sobre aquella crisis:“Digamos que las balas me silbaban muy cerca”, que sugiere malestar en el PP por llevar el asunto a la fiscalía. Pero Guindos sostiene que lo vio claro:“Nunca tuve un dilema moral al respecto”. Porque, subraya, esos excesos se producían en una entidad que “había protagonizado la mayor quiebra financiera de la historia de España”.

Como el libro es breve, se echa en falta algún apunte sobre la responsabilidad en tanto agujero de Miguel Blesa, puesto allí por Aznar y hoy compañero de banquillo de Rato, pero la mirada de Guindos empieza en 2011. No es muy convincente la defensa de la magnitud del rescate bancario (al fin lo llama rescate, palabra antes proscrita), frente a quienes creen que Bankia se capitalizó de más a costa del contribuyente. Insuficiente la mirada al “malestar social”, que excede a desahuciados, accionistas o preferentistas.

No sabía Guindos que seguiría en funciones aún hoy, quién sabe por cuánto tiempo más. Tampoco sabía que chirriaría tanto la dedicatoria a su amigo José Manuel Soria, cuyo triste final ha salpicado al ministro escritor.

Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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