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Elecciones en EE UU

Trump y Clinton: dos estrategias electorales enfrentadas

El presidente mexicano Enrique Peña Nieto y el candidato republicano a las eleccione en EE UU, Donald Trump.
El presidente mexicano Enrique Peña Nieto y el candidato republicano a las eleccione en EE UU, Donald Trump.Reuters

La campaña electoral va tomando forma conforme se acerca el otoño y en Washington las cosas vuelven a la normalidad. Hasta ahora, ha habido mítines, encuentros con periodistas, reuniones con segmentos electorales afines o susceptibles de ser convertidos a la causa, etc. Todo esto ha tenido su efecto, porque ha habido causalidad: la enorme diferencia de que disfrutaba Hillary Clinton sobre su rival Donald Trump se ha reducido muchísimo: inicialmente, Clinton sacaba más de 20 puntos a Trump; ahora solo cinco puntos de estimación de votos les separan.

Otra cosa es que, en un país “de ciencias” en el que a todo se le pone números, la probabilidad estadística de que Hillary gane es del 80% y la de Trump el 20%. Hillary ganaría en voto popular en todo el país, según las encuestas y la tendencia de los últimos sondeos, y en los principales estados en que se dirimirá la elección (Florida, Ohio, Pensilvania o Michigan). En el Colegio electoral, Hillary obtendría, hoy mayoría absoluta: 272 delegados.

Pero las cosas pueden cambiar conforme evoluciona la campaña y entran en juego nuevos factores. Entre otros, cabe destacar los siguientes. Trump, con un nuevo equipo, parece haber entrado en vereda, se deja asesorar por expertos y lee sus discursos. Insulta menos y hasta pudo parecer que pedía perdón a los muchos que ha ofendido durante la campaña: hispanos, mujeres, afroamericanos, banqueros, empresarios que no le son afines, correligionarios republicanos que creen firmemente que Trump no representa los valores del partido, como los 50 expertos en Seguridad Nacional que, en una carta abierta, dijeron que no apoyarían a Trump “por no estar en absoluto preparado para ser presidente, ignorarlo todo sobre geopolítica y, lo que es peor, manifestar ningún interés en aprender”. O los casi 300 líderes republicanos de peso que, también abiertamente, no solo no apoyan a Trump, sino que vehementemente se oponen a él: los presidentes Bush padre e hijo y los candidatos presidenciales McCain y Romney.

Llegan los debates en la televisión. Trump ataca con rapidez y ofrece titulares; Clinton es analítica y prefiere entrar en detalle a explicarlos.

El nuevo equipo de Trump tiene en cuenta las encuestas y prepara los mensajes para intentar ganarse a segmentos electorales que hoy le son francamente desafectos: latinos (84% de apoyo a Hillary) afroamericanos (91%), blancos (41%), mujeres (60%). Y hay que tener en cuenta que esta va a ser la primera elección presidencial en la historia del país en la que el voto blanco está por debajo del 70%. En concreto supone el 69% por lo que ganarse a las minorías es esencial. Parece que la visita de Trump a Enrique Peña Nieto (presidente de México, quien cursó la invitación a ambos candidatos) tenía por objeto congraciarse con los hispanos, a quienes definió como narcotraficantes, asesinos y violadores. Pero las palabras tibias de afabilidad que Trump tuvo con Peña Nieto cayeron en saco roto -además de ofender a los mexicanos-, cuando, al volver a Arizona, Trump expuso su plan sobre inmigración con frases como “Deportación de dos millones de hispanos criminales o la construcción del muro que pagará México”, con lo que puso de nuevo las cosas en su sitio, restando credibilidad a la presunta autenticidad del cambio de Trump.

Su arma secreta es la publicidad. Tiene 100 millones de dólares en el banco fruto de las donaciones de millones de americanos. Pocos ricos apoyan a Trump. En el mundo empresarial -y, por supuesto en Wall Street, donde no pueden ni verle sino como un pedigüeño que pide dinero para salir airoso de bancarrotas y suspensiones de pagos- Trump se ha granjeado muchos enemigos. Y su afán por sacar pecho de una riqueza inventada (dice tener 10,7 billones de dólares y, en realidad, no llega a 3,7 billones), le ha hecho merecedor de críticas de multibillonarios como George Soros, Mitt Romney y Warren Buffett, quienes opinan que, si Trump es mal empresario, sería un todavía peor presidente.

En septiembre, empiezan los debates televisados, que, en EE UU, está demostrado, tienen un efecto importante en el electorado. Hillary Clinton ya se está preparando con psicólogos y con sociólogos, politólogos y expertos en debates. En cambio, Trump afirma que él fue muy exitoso en los once debates de las primarias republicanas y que, por tanto, piensa seguir en la misma línea, es decir, la de la espontaneidad y el ataque. En EEUU la expectación sobre los debates televisados entre Hillary y Trump es enorme y las televisiones esperan obtener récords de audiencia y, por supuesto, muchos ingresos en publicidad. Aunque parezca una hipérbole, es difícil encontrar dos candidatos tan distintos. Trump ataca con rapidez y da titulares. Clinton es analítica y, puesto que conoce en profundidad los temas, es partidaria de entrar en detalle a explicarlos.

Dos cosas están claras: fruto de los debates habrá espectáculo, y lo que es más importante, los norteamericanos deberían poder conocer las propuestas de los candidatos en economía, seguridad nacional y política exterior.

El punto de partida previo a la última fase de la campaña antes de las elecciones es que Clinton gana en estimación de voto por 46,6% versus el 42% de Trump. Es una diferencia muy ajustada. Tanto, como radicalmente opuestas son las visiones de América que tienen los candidatos: Trump quiere centrarse en EE UU y sus compatriotas. El resto le importamos poco o nada. Incluidos los 11 millones de inmigrantes latinos ilegales que trabajan en su país y a los que quiere expulsar. Por el contrario, Hillary Clinton no es partidaria de ese “americanismo” o “aislacionismo” que Trump predica, sino que quiere continuar por la senda de la globalización que inició su marido en los años noventa e incrementó Obama en el nuevo siglo. El candidato republicano quiere que América recupere su grandeza. Hillary piensa que América ya es magnífica.

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