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Columna
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Dejen de culpar a los banqueros centrales

En su nuevo libro, El fin de la alquimia, Mervyn King, sostiene que las crisis financieras surgen por creencias erróneas sobre un futuro incierto. “Las crisis no vienen de la nada”, escribe, “sino que son el resultado de errores inevitables de personas que luchan para hacer frente a futuros imposibles de conocer”. El ex gobernador del Banco de Inglaterra busca entender por qué los economistas, incluido él mismo, no previeron la crisis financiera. Al igual que muchos otros, King apunta a las deficiencias de los modelos económicos utilizados por los bancos centrales, que prestan poca atención al papel del dinero y la banca. Estos modelos asumen que los actores económicos son racionales y están bien informados y que las economías están en equilibrio.

La crisis llevó a King a volver a la obra de Frank Knight, un influyente economista de Chicago de principios del siglo XX, contrario a evaluar la mayoría de las actividades económicas empleando las probabilidades matemáticas. Las reglas de incertidumbre. Esto significa que las medidas cuantitativas del riesgo, favorecidas por los economistas y banqueros en la era anterior a la crisis, son fundamentalmente erróneas. King cree que bajo condiciones de incertidumbre radical, la gente naturalmente comete errores sobre el futuro que se traducen en una economía desequilibrada. De acuerdo con este punto de vista, la crisis fue un “fracaso colectivo” de la imaginación. No hay que culpar a ningún individuo.

Ni el principio de incertidumbre de Knight, ni los defectos inherentes a la banca moderna, ofrecen una buena explicación de nuestra historia financiera reciente. ¿Por qué tantas personas de todo el mundo cometieron errores similares en los años previos a la quiebra de Lehman Brothers? La respuesta más probable se encuentra dispersa en las extrañas observaciones que aparecen a lo largo libro de King. En concreto, los bajos tipos de interés de los primeros años del siglo animaron a la gente a endeudarse en exceso y a asumir demasiado riesgo.

King sigue la línea de Ben Bernanke, su homólogo en la Reserva Federal, al ver los bajos tipos de interés como procedentes de excedentes de ahorro en Asia –una explicación que libera a la Fed de responsabilidad por la disminución de los tipos a largo plazo y sus consiguientes efectos nocivos–. La hipótesis de una saturación de ahorro, sin embargo, ha sido cuestionada por los investigadores del Banco de Pagos Internacionales.

Para ellos, los bajos tipos de interés en Estados Unidos a comienzos de siglo alimentaron los flujos de capital hacia los mercados emergentes. Los bancos centrales de estos países convirtieron esta entrada de dólares en reservas de divisas mediante la impresión de sus propias monedas. El resultado: una explosión de liquidez global, tanto antes como después del colapso de Lehman.

Sin tener en cuenta los orígenes de los bajos tipos, King está de acuerdo en que han hecho mucho daño

Independientemente de los orígenes de los bajos tipos de interés, King está de acuerdo en que han hecho mucho daño durante la última década y media. Antes de 2008, los bajos tipos animaron a las familias a adelantar los gastos futuros, con los precios de los activos inflados, incentivado el apalancamiento, los que dio lugar a la asunción de riesgos (la “búsqueda de rentabilidad”) y dio lugar a malas inversiones.

A King le preocupa que la continuación unos tipos cercanos a cero con el tiempo “haga descender las tasas de retorno de la inversión, desviando recursos a proyectos no rentables”. Él ve los tipos de interés negativos como un impuesto sobre el patrimonio que es poco probable que promueva un mayor gasto.

El fin de la alquimia es un libro de gran alcance que se basa en el amplio conocimiento de King de la historia financiera y en su experiencia en el corazón de la banca central moderna. Sin embargo, no logra su ambición de provocar una “revolución intelectual” en la economía.

King es consciente de que la política monetaria se ha utilizado para proporcionar beneficios a corto plazo a costa de dolor a largo –lo que llama la “paradoja de la política”–. Pese a los tipos extremadamente bajos, la economía global sigue fuera de orden. Es una lástima que King no considere los primeros trabajos de Friedrich Hayek, que sugieren que las economías se desequilibran cuando los banqueros centrales imponen un tipo de interés inapropiado. Pero como King se cree la historia del exceso de ahorro, no considera que haya que culpar a las autoridades monetarias. Es una conclusión práctica pero no del todo satisfactoria.

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