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Tribuna
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Sin escarmiento

El estallido de la Operación Púnica encierra algunas enseñanzas más allá de los efectos pirotécnicos observados. La primera, es que las cosas ocurren, things hapens, más allá de la voluntad o el control de los titulares del poder político. Porque en ocasiones anteriores algunos de estos descubrimientos quedaron bajo la sospecha de formar parte de una armonía preestablecida que les daba un sentido instrumental al servicio del Gobierno. Así, por ejemplo, del caso Jordi Pujol corrieron ríos de tinta convirtiendo los autos del juez y las investigaciones de la Unidad de Delitos Económicos, la UDEF para entendernos, como si fuera una maniobra calculada para dañar al nacionalismo catalán donde más podía dolerle, una vez que su máxima figura había abandonado el pactismo para echarse al monte del soberanismo asilvestrado.

Pero si todo pudiera explicarse conforme a este esquema de poder no habría manera de entender lo sucedido el pasado lunes día 27. Porque la deflagración del explosivo de la Operación Púnica ha sucedido en el peor momento para Mariano Rajoy, en vísperas inminentes del 9-N. Su desencadenamiento tampoco puede atribuirse a las consabidas conspiraciones. El juez Eloy Velasco para nada es un juez estrella al uso garzoniano, se desconoce que tenga cualquier lazo con Jota Pedro, ni con Amedo y Domínguez, ni con la mina Conchita, ni con el caso Faisán. Al juez Velasco no se le esperaba, pero a partir de la información procedente de la siempre colaboradora banca suiza fue tirando del hilo hasta llegar a la madeja y dejarla a la vista.

La segunda enseñanza es la inutilidad de los escarmientos. Parece que nadie escarmienta en cabeza ajena y solo fuera posible hacerlo en la propia. Porque los escándalos que ahora se ventilan no vienen de antiguo, se incoaron en plena erupción del caso Bárcenas, de los Ere de Andalucía y de otros que llevaron a sus beneficiarios a los juzgados y en ocasiones a los centros penitenciarios correspondientes. Las tramas siguen y se reproducen sin que lo sucedido con los precedentes disuada a los nuevos delincuentes, todavía bajo la inercia de ese sentimiento de impunidad que hace ya tiempo debería haber sido descartado.

La tercera enseñanza es que más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo. Por eso es absurdo que Mariano Rajoy quiera resistir a la numantina, vestido de Don Tancredo. Porque como sostiene Arturo Soria y Espinosa en su libro Labrador del aire (Colección Minucia de la editorial Turner. Madrid, 1983) “resistir no es aguantar, aguantar es consentir”. La actitud que mantiene el presidente en funciones está mermando su credibilidad y cuando acabe de perderla tendrá que proceder a evacuar la Moncloa con toda urgencia. Es insostenible andar todo el día con la ley de transparencia en la boca y negándose a comparecer en el Pleno del Congreso como solicitan unánimes todos los grupos parlamentarios.

La cuarta enseñanza es que con 40 años de imposición infame, se siembran siglos de abyección sumisa y consentidora de los desfalcos con tal de que caigan algunas migajas de la mesa del banquete. Los obispos rehusaron que se impartiera la asignatura de Educación para la Ciudadanía y el resultado en las urnas ha sido la victoria reiterada de los corruptos. Falta el arraigo de un estricto sentido de exigencia cívica a los representantes públicos y está instalada una tolerancia hacia los abusadores, sobre todo si son de los nuestros. Escribió Albert Camus: “¿Qué mejor que la pobreza puede desear un hombre? No digo la miseria ni tampoco el trabajo sin esperanza del proletariado moderno. Pero no se me ocurre qué más podemos desear que la pobreza unida a un ocio activo”(Carnets II, p.88). Y en la misma línea Ramón Gómez de la Serna decía en carta a su amigo Arturo Soria Espinosa: “No olvide usted, gran Soria, que el ocio más o menos hambriento es la suculencia máxima del destino (véase el libro Labrador del aire en la Colección Minucia de la editorial Turner. Madrid, 1983).

La quinta enseñanza es que conforme a la Ley de Weber y Fechner para que las sensaciones crezcan en progresión aritmética, los estímulos han de hacerlo en progresión geométrica. La anestesia avanza peligrosamente.

Miguel Ángel Aguilar es periodista.

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