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Tribuna
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Vagones de tercera: pobres e indignados

Ahora que en nuestro país el ferrocarril es la máxima distinción, gracias a la red de AVE; ahora que los pasajeros suben al tren si padecer las sevicias que se aplican a quienes han de abordar un avión; ahora que los aeropuertos se convierten en antesalas masivas donde cultiva el desconcierto, se cambian las puertas de embarque, se aplazan las salidas, se vuela en condiciones ínfimas y además se cobra por utilizar el retrete; ahora es también buen momento para recordar aquellos vagones casi para ganado donde los menos favorecidos hacían travesías de decenas de horas para cubrir la distancia entre las ciudades capitales con innumerables paradas intermedias.

En aquellos años tenían gran importancia los nudos ferroviarios y, por ejemplo, se decía que si se abandonaba a su suerte un vagón de la Renfe en la vía por su propia cuenta se encaminaría a Venta de Baños. Los andenes eran un muestrario de los productos típicos de la zona y se voceaban las alcaparras, las garrapiñadas, las mantecadas de Astorga. ¡Viajeros, al tren!, decía el jefe de estación, interrumpiendo el recreo de quienes habían descendido para estirar las piernas. Y en las ventanillas practicables, unos letreros advertían que era peligroso asomarse al exterior, replicando la consigna de aquel régimen franquista que sospechaba de esa ola de liberalismo invasora procedente del extranjero, donde se fraguaba la conspiración judeo-masónico-bolchevique contra España. Los accidentes ferroviarios eran infrecuentes, pero la coordinación del tráfico se hacía con procedimientos rudimentarios muy lejos de los sistemas informáticos de ahora.

Pero cuando sucedían, la responsabilidad era atribuida al fallo humano, siempre situado en el punto inferior de la escala: el guardagujas. Es célebre la portada del diario Abc cuyo titular, para alivio de sus lectores, indicaba que todos los vagones siniestrados eran de tercera.

Esa tercera clase donde cada uno sacaba sus provisiones quedó abolida, de forma que en la actualidad se viaja en turista o preferente. También han sido suprimidas esa infinidad de excepciones y pases de favor para empleados, militares, caballeros mutilados, familia numerosa o portadores del carné de periodista.

La tercera clase, con su carbonilla y sudorina, ya no circula, como tampoco los coches-cama porque ningún destino tiene duración suficiente para pasar la noche de viaje.

Pero los pobres acampan en las aceras de las ciudades. No son una sorpresa sino un resultado. La pobreza avanza en la misma proporción que retrocede la redistribución de la renta. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más numerosos.

La sociedad del bienestar cede terreno, las prestaciones sociales al desempleo, la educación y la sanidad gratuitas y universales, las pensiones, las ayudas a la tercera edad, que eran el orgullo del admirado modelo europeo, han pasado a ser un lastre que nos impide ser competitivos.

Incapaces de contagiar nuestro sistema, nos vamos inclinando a la adopción de los sistemas ajenos. Como repite un buen amigo periodista, la renuncia a europeizar China nos está llevando a achinar Europa. Pronto cambiará la letra de La Internacional y donde decimos “agrupémonos todos en la lucha final” diremos “achinémonos todos”.

Así las cosas, se interna por la banda la señora canciller de la República Federal de Alemania, Angela Merkel, con sus planes para expulsar a los ciudadanos de la Unión que no logren empleo en seis meses.

Dicen los últimos viajeros procedentes de Berlín que se trata de un intento diseñado para disuadir la temida llegada de rumanos y búlgaros, pero la medida ha suscitado el repudio de todos. “Yo sé que ver y oír a un triste enfada cuando se viene y va de la alegría”, decían los versos de Luis Cernuda, pero la alegría de algunos se construye sobre la tristeza de otros muchos. El presidente Obama, de visita ayer en el Vaticano, se ha referido al reto del papa Francisco que nos invita a reflexionar sobre la dignidad del hombre. Si no la respetamos, la aparición de los indignados que ocupaban los vagones de tercera está cantada.

 Miguel Ángel Aguilar es periodista

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