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El Foco
Tribuna
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Déflation, deflation, deflación

Llevamos algún tiempo leyendo y escuchando en diferentes medios, noticias y opiniones acerca de un posible riesgo de deflación como consecuencia de la negativa evolución de los precios en algunas economías.

Los Bancos Centrales también han manifestado su posición ante esta posible situación y bueno será recordar que el FMI establece el riesgo de deflación cuando la caída de precios se prolonga durante dos trimestres.

Quizás deberíamos comenzar por señalar que cuando en economía se habla de deflación, nos referimos a una caída mantenida y generalizada del nivel general de los precios durante un periodo de tiempo.

Antecedentes de la deflación hay varios. La Gran Depresión, Suecia y Japón por ejemplo, ya han sufrido este proceso. Por ello se puede contrastar la realidad que se está produciendo con la teoría en la que se sustenta esta coyuntura económica y así recabar de la experiencia de acontecimientos pasados todo aquello que nos pueda ayudar a situarnos ante este asunto.

La deflación tiene unas causas y orígenes bien definidos y unos efectos previsibles. Y a menudo surge en épocas relativamente próximas a crisis económicas.

Con la deflación, surge la idea de que ahorrar es mejor que invertir, por tanto la demanda cae

Aun cuando a la mayoría de los mortales nos podría parecer que la caída de precios es algo bueno y deseable y más cuando esta se prolonga a lo largo del tiempo, sin embargo esta percepción se encuentra bastante alejada de la realidad. Todo lo contrario, la deflación puede llevarnos a una delicada y comprometida situación.

Por un lado al bajar los precios de todos los productos, los salarios de los trabajadores parecen mayores de lo que son, su capacidad adquisitiva se incrementa. Este efecto puede trasladarse a algunas unidades económicas como los individuos y las familias y a ciertas actividades de las empresas e instituciones.

Por otra parte como existe la idea de que el dinero valdrá más en el futuro se conviene en que ahorrar es mejor que invertir o gastar. Por tanto, la demanda en general cae, debido a que por una parte la situación económica está imponiendo una mayor oferta y por otro lado porque disminuye el poder del gasto del consumidor. Los productos comienzan a bajar de precio en un intento de venderlos por parte de los productores. Centrándonos en este esquema la demanda cae, los beneficios de las empresas disminuyen y tratando de paliar la situación bajan los precios aún más para vender al menos los stocks en su caso o la producción si es preciso. Para equilibrar las cuentas, las empresas deben reducir costes y uno de ellos, a veces el más importante y doloroso son los laborales, tanto en número de personas como en masa salarial. Si se producen despidos aumenta el paro, lo que suele traducirse en menor demanda, menor número de contribuyentes y en consecuencia el Estado puede tener que subir los impuestos para tratar de cuadrar sus cuentas. Ya tenemos un primer efecto negativo.

Debemos también pensar en que las deudas, por su parte, aumentan al bajar los precios. Los intereses son más elevados en términos reales porque el interés de referencia baja hasta el cero por ciento como máximo. El interés que aplican los bancos al crédito resulta de sumar un diferencial a este tipo y la tasa de inflación (ahora deflación) es negativa. Las amortizaciones de la deuda resultan un problema añadido, porque el préstamo que se pidió para algo que ahora vale mucho menos hay que pagarlo por un valor superior y la capacidad de devolución disminuye.

Para resolver la situación, el BCE tendría que ejecutar una política diferente en unos países y otros

Ante estos efectos poco deseables conviene tratar de combatir la deflación pero los métodos para conseguirlo no son fáciles. La primera actuación se puede dirigir a bajar los tipos de interés. Esto se debería traducir en una reacción de los agentes económicos demandando más crédito y se precisa también una intervención decidida de los bancos aportando el crédito que se les demanda. Es la receta monetarista. Con ella se incentiva la demanda y en consecuencia la producción y el empleo. El aumento de demanda conllevará previsiblemente el aumento de los precios, incluso puede ser más importante al inicio de este proceso dado que los canales de producción pueden no llegar a satisfacer la demanda inicial por falta de capacidad productiva.

Por otro lado un aumento del gasto público constituye una segunda posibilidad y por tanto una buena medida. El gasto público conllevará movimiento económico al sector privado e incentivará determinadas actuaciones que generarán actividad y repercutirán en los precios. Es la solución keynesiana al problema.

Llegados a este momento debemos plantearnos algunas interrogantes. La primera es hasta qué punto los indicadores son representativos, están recogiendo la realidad de los precios. A menudo escuchamos, especialmente a unidades básicas de consumo que los indicadores dicen una cosa pero la realidad de la cesta de la compra, del vestido y del calzado, por poner algún ejemplo va en otra dirección. El consumo además no es igual para todas las unidades económicas con lo que esta asimetría implica que el efecto de los precios es diferente para los consumidores. Y lo mismo ocurre con los inversores. Y no olvidemos la denominada inflación subyacente. Evidentemente es casi imposible disponer de un indicador que recoja la realidad de todas las unidades económicas de un país. De ahí que aunque se reconozca que la medición no es perfecta se convenga en utilizar un indicador generalmente aceptado.

En la actualidad las tasas de inflación de la zona euro se sitúan en una media próxima al 1% pero la situación es desigual en los distintos países que componen la eurozona y por tanto los efectos también diferentes. Una vez más la asimetría de la eurozona pone en evidencia que se aplique un mismo tratamiento para diferentes grados de enfermedad y el BCE se encuentra en una encrucijada porque para resolver esta situación tendría que ejecutar una política diferente política en unos países y otros.

En definitiva, conviene estar muy atentos a la evolución de los precios. La situación actual produce intranquilidad y como ha quedado reflejado en estas líneas, este tema puede llegar a ser un importantísimo problema.

Cecilio Moral Bello es catedrático de Economía Financiera de ICADE.

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