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Tribuna
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¿Salimos del Neolítico?

En la historia de la humanidad solo hubo una revolución radical, fue la del Neolítico, me respondió Juan Luis Arsuaga durante una entrevista para el programa Arqueomanía. Somos hijos del Neolítico y ahora, apenas, comenzamos a superarlo, concluyó. Aquella frase me hizo pensar mucho, para terminar dándole la razón. En el Neolítico se crearon las instituciones fundamentales que han regido nuestra historia hasta ahora. De ser nómadas pasamos a establecernos en ciudades con base territorial. Nació el concepto de frontera, de soldados, de reyes y gobernadores, de impuestos, que aún sigue vigente en nuestros días. Más allá de los evidentes avances tecnológicos y políticos que han acontecido desde aquellos remotos días hasta la actualidad, no cabe duda que la economía se ha desarrollado sobre los parámetros de la territorialidad y la sumisión a una regulación del poder público de turno. Eso, ahora, lenta pero inexorablemente, comienza a morir.

El mundo tiembla bajo nuestros pies con una inusitada fuerza telúrica que nos asombra, inquieta e ilusiona a partes iguales. Abandonamos el Neolítico para encaminarnos a un futuro incierto que apenas comienza a vislumbrarse, pero del que ya somos capaces de reconocer algunos perfiles: las grandes vías de comunicación serán digitales y las fronteras económicas se diluirán como azucarillos ante la nueva república digital que ninguna fuerza actual puede limitar.

Dos noticias, aparentemente sin relación entre ellas, dan muestras de la intensidad de ese terremoto que sacude nuestras certezas y convicciones. Por una parte, las informaciones sobre el posible crash del bitcoin, y, por otra, el enfado de las operadoras tradicionales telefónicas contra las grandes empresas de Internet que obtienen beneficios astronómicos sin apenas personal ni inversión en infraestructura. De alguna forma, el mundo convencional que conocemos –Estados nación, fronteras, bancos centrales, sistemas fiscales, empresas tradicionales– comienza a sentirse amenazado por una revolución digital que sigue sorprendiéndonos y modificando radicalmente nuestra forma de trabajar, relacionarnos y entender al mundo que nos rodea.

Aunque existen diversos instrumentos de pago desde la más remota antigüedad –conchas, ámbar, plumas, etcétera–, la aparición del dinero tal y como hoy lo conocemos presupone la existencia de un Estado que lo respalda. Las primeras monedas acuñadas fueron, como otras tantas cosas, un invento griego de alrededor del siglo VII a. C., que se masificaron a raíz de los famosos tetradracmas de plata de Atenas, que inundaron el Mediterráneo durante siglos. El Estado daba valor a la moneda con su acuñación oficial y así continuó haciéndolo con la posterior emisión del papel moneda y con el nacimiento de los bancos centrales. Sin embargo, el dinero digital, ya sea el bitcoin u otras que ya existen, no tiene un soporte oficial que lo sustente. Por vez primera en miles de años, no es el Estado quien acuña y valida una moneda aceptada por muchos como medio de pago. La quiebra de MtGox, la plataforma japonesa de intercambio, ha sido aprovechada por sus muchos enemigos para sentenciar la defunción del bitcoin, que ha sufrido pero que comienza a recuperarse. Ya son más de 15.000 empresas las que aceptan el bitcoin como moneda de pago y la fiesta parece que suma y sigue. Es normal que los Estados y los bancos centrales comiencen a inquietarse. Si desaparece su atávico derecho al monopolio de emisión, ¿qué poder real les quedará? Por otra parte la esencial naturaleza global de los negocios por internet escapan con suma facilidad de los controles fiscales tradicionales de los Estados nación, tal y como vemos a diario con Google o Amazon, por citar tan solo dos ejemplos.

Banca, seguros, telecomunicaciones o agencias de viajes son algunos sectores sacudidos por las empresas emergentes. Pongamos un ejemplo: WhatsApp ofrecerá servicio de telefonía gratuito, tomando por base a sus 450 millones de usuarios y a sus 55 empleados, frente a los 350 millones de usuarios de Telefónica, con sus miles y miles de empleados y sus colosales inversiones. Es normal que su presidente se inquiete y le responda al presidente de Facebook que para que pueda llegar a Zambia, alguien tendrá que instalar las redes y enlaces.

Abandonamos el Neolítico –aldea, muralla, ejército, impuestos, territorios con fronteras– para adentrarnos en la segunda gran era de la humanidad. Esta revolución será vertiginosa y no siempre pacífica. ¿Alguien piensa, por ejemplo, que los Estados nación van a permitir que se les hurte el privilegio de emitir moneda? Lucharán a muerte por conservarlo porque les va en ello su propia supervivencia, aunque son conscientes de que a la larga perderán esa batalla. Los bancos centrales estuvieron bien durante la etapa final del Neolítico que abandonamos, pero su papel en el futuro está todavía por validar y definir, si es que tienen alguno. Veremos acontecimientos trascendentales sobre la materia estos próximos años. Puede que el bitcoin fracase, nadie lo sabe, pero otras monedas digitales vendrían a sustituirle, en su caso. Las fronteras neolíticas no son ya obstáculo para las fuerzas emergentes que configuran un futuro que aún no somos capaces ni de imaginar.

Manuel Pimentel es of counsel en Baker McKenzie y presidente de AEC.

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