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Tribuna
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La imagen de la Unión Europea en América

Me pregunto qué puede ser del interés de los ciudadanos americanos (del Norte y del Sur) y qué especialmente debiera ser foco de atención de los receptores de los medios de comunicación hispanos en Estados Unidos. Confieso la complejidad de la pregunta general y me declaro un tanto incompetente para ofrecer una prescripción con cierta base sólida. Este diagnóstico es, en cierta manera, una admisión de fracaso por haber practicado durante más de cuatro décadas esa profesión de fin de semana colaborando en medios en español en ambos continentes y cumplir con las frecuentes preguntas de los mismos medios.

Un principio de la evaluación del conocimiento y la imagen de Europa en esos medios es que no es muy diferente de la ofrecida por los medios en inglés en Estados Unidos y los propios latinoamericanos al otro lado de Río Grande y Cayo Hueso. En contraste con el impacto de la historia europea en América, en los medios de comunicación hispanos se observa una mezcla de desinterés, dominio del estereotipo y unas lagunas verdaderamente preocupantes de conocimiento de base. Esta percepción es más acusada cuando se trata de comentar sobre la Unión Europea en sí, que se confunde con Europa.

El negativo diagnóstico es particularmente corregido en algunos focos excepcionales. El primero es cuando la actualidad incide directamente en las experiencias de los consumidores de información (emigración latinoamericana en Europa). El segundo, dependiendo de las zonas del territorio estadounidense, cuando los hechos europeos se relacionan directamente con unos países en concreto (Cuba en Miami, como ejemplo). La tercera causa de cierto interés es cuando alguna pauta europea se siente directamente conectada con coyunturas comunes en Estados Unidos (crisis financiera, tráfico de drogas). Pero la Unión Europea en sí es una desconocida. ¿Cuáles son las causas?

La respuesta reside no en una culpabilidad de la propia Unión Europea, sino precisamente por el cumplimiento de su misión fundacional. Europa no interesa porque no escandaliza. Se da por descontada. Más allá de esporádicas actitudes populistas, Europa está ya despojada del pecado imperialista en Latinoamérica. Prácticamente desde después de la independencia de Estados Unidos, Europa es una aliada natural (con excepciones que confirman la regla, como el enfrentamiento con España en Cuba). Cuando un perro muerde a un hombre no es noticia; cuando un hombre muerde a un perro es noticia, según dice el código del periodismo. Europa hace tiempo que no muerde.

Paradójicamente, los que la acusan de haber fracasado y estar cerca de su desaparición debieran admitir que si muere, lo habrá hecho de éxito. Ha cumplido con todas y cada una de las misiones impuestas democráticamente y por consenso. En primer lugar, cumplió con el mandato de “hacer de la guerra algo impensable y materialmente imposible”, según la doctrina de Schuman y Monnet. En segundo lugar, ha construido el mayor y efectivo mercado común de la historia. Ha conseguido que hoy, a pesar de la crisis, nunca tantos europeos de tres generaciones vivan mejor en mayor espacio de tiempo. Pero no muerde, aunque la crisis del euro en algo ayuda a atraer la atención.

En segundo lugar, el interés, información y análisis de la UE choca con una desventaja intrínseca del ente: es extremadamente complicado. Además de confundirse con Europa (una realidad histórica y cultural no reducida a la geografía), la UE es todavía un objeto político no identificado (OPNI), según feliz metáfora de Jacques Delors, no aclarada por las diversas teorías (funcionalismo, intergubernamentalismo, supracionalismo, realismo). Para profanos y especialistas, la UE es una maraña de instituciones, legislaciones, pactos y múltiples protagonistas, Gobierno multinivel. Nada tiene de extrañar que, enfrentada a la complicada agenda de una visita a Bruselas, Madeleine Albright (secretaria de Estado de Clinton y catedrática de Relaciones Internacionales) exclamara con cierto sarcasmo que para entender a la UE se debía ser “francés o muy inteligente”.

Para comprender a la UE se debe tener la paciencia asiática, el entusiasmo latinoamericano, el pragmatismo norteamericano y una persistencia muy alemana. Se debe insistir en que la UE hace uso de medios económicos, pero que su fin ha sido siempre político. Se debe aclarar que es una organización voluntaria formada por Estados soberanos, que no renunciarán a su identidad cultural o política. La UE no es un superestado en ciernes.

Se debe admitir que los europeos quizá no saben quiénes son y dónde termina Europa, pero saben perfectamente quiénes no son y quiénes no comparten sus valores o experiencias. Se debe internalizar que la UE no intenta imponer su modelo de integración nacional, pero sí compartirlo y ofrecerlo para su adopción, adaptación, corrección o rechazo según los errores cometidos. Se debe aceptar, en fin, que la UE, reescribiendo a Churchill con su descripción de la democracia liberal, es “el peor sistema de gobernanza interestatal, si se descartan todos los demás”.

Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

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