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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Y ahora, la inevitable contaminación de Italia

El fin de semana ha soltado al ruedo europeo un toro cuya embestida todos esperaban, pero que nadie se atrevía a sacar de chiqueros: la crisis política en Italia. Los mercados habían hecho su particular valoración de la deuda italiana y su sostenibilidad, pero tenían pendiente la variable determinante de la política, que pasaba necesariamente por las elecciones que tenían que celebrarse en marzo. Hay que recordar que la presión de los mercados y de los poderosos socios europeos de Italia desplazó a Silvio Berlusconi del poder en otoño de 2011 para superar la parálisis reformista en Italia con un Ejecutivo tecnócrata encabezado por Mario Monti, competente ex comisario europeo y hombre de confianza de la Europa del norte, de Alemania y Francia sobre todo.

La calma lograda con Monti en el Gobierno, que ha leído la cartilla a los italianos con su política reformista, que ha colocado la prima de riesgo de una de las deudas más elevadas de la zona euro en torno a los 300 puntos, ha desaparecido, y se ha tornado en zozobra con el simple anuncio de Silvio Berlusconi de que se presentará a las elecciones de marzo, y con la dimisión anunciada por Monti una vez estén aprobados los Presupuestos de 2013. La deuda italiana se ha encarecido notablemente ayer, y ha arrastrado a la española de manera importante, borrando los progresos de las últimas semanas, en las que llegó a estar por debajo de los 400 puntos básicos. La suerte de España en este asunto está, es innegable, unida a la de Italia, y a la de ambos países está unida también la de toda la zona euro, que tendrá que hacer más esfuerzos políticos para lograr la paz económica, tal como ha logrado la política que ayer le reconocía la entrega del Premio Nobel.

Europa tiene que olvidarse, en todo caso, el intervencionismo practicado en 2011 en Italia y en Grecia, donde colocó primer ministro a su antojo, desplazando la voluntad de las urnas. Tiene que mostrar firmeza en sus exigencias a quienes han entrado en un peligroso desviacionismo fiscal, y que pretendan que su financiación sea sostenida artificiosamente por sus socios más poderosos. Y debe exigir a Italia, como hace con España, con Irlanda o con Portugal, las reformas y sacrificios que devuelvan el sosiego financiero y el crecimiento. Sea quien sea el partido o el político que gobierne.

Silvio Berlusconi, que podría ganar las elecciones u obtener un resultado que forzase a todo Gobierno a pasar por él, tiene ganada fama de populista y de practicar políticas desafectas a la integración europea. Pero ni por esas puede Europa volver a encarnar el papel que los críticos con su funcionamiento le reprochan, cual es el desplazamiento de la política y la democracia a manos de la economía y los dictados de los mercados financieros.

Debe confiar en que si tanto provecho ha proporcionado a los italianos el paso a la reserva de Berlusconi en 2011, no le votarán en 2013, mientras que respaldarán las políticas de Monti, si el centro y los líderes más influyentes de la economía y la sociedad transalpina logran armar en torno a él una candidatura ganadora. La estabilidad financiera no reinará en Europa hasta que se despeje la crisis italiana. Pero España no está para esperas dilatadas. Esta misma semana recibirá la inyección de capital para sus bancos fallidos, y tendrá que despejar cuándo solicita para el Tesoro respaldo del BCE y del fondo de rescate, si quiere colocar el precio de la financiación pública, bancaria y privada en valores razonables.

El Gobierno debe hacer un ejercicio de abstracción de lo que ocurre en Italia y seguir su propio camino, como ya hizo en los noventa desoyendo las invitaciones aislacionistas del propio Berlusconi y apostando por la plena integración en el euro. Debe ejecutar con la rapidez demostrada durante su primer año de gestión las reformas estimadas para el segundo; debe cumplir a rajatabla sus compromisos de déficit para disipar las dudas que existan sobre la fiabilidad de España, y debe acompañar las reformas ya aplicadas con aquellas que den sentido a las primeras, como es una bajada general de los niveles de precios tras las bajadas de costes (salarios).

No es garantía de éxito, porque todo en Europa está conectado. Pero no se puede echar por tierra el sacrificio hecho por la población por el simple hecho de que Italia disfrute rescatando el olvidado juego nacional de la crisis política.

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