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Columna
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No todo es culpa de la eurozona

La crisis de la eurozona tiene víctimas en el este. Una vez que florecieron sus exportaciones hacia los boyantes vecinos occidenales y los grandes flujos de crédito a partir de ellos. Ahora las exportaciones se han estancado y el dinero está en retirada. El este necesita una narrativa propia. Aún no la ha encontrado.

La República Checa ha estado en recesión durante un año. Hungría por tres trimestres. El PIB de Rumanía se contrajo en un 0,5% en el tercer trimestre. Polonia, la más resistente de las economías centroeuropeas, puede registrar un crecimiento muy bajo en 2013.

La retirada financiera ha sido dramática. Los bancos occidentales redujeron su exposición crediticia por el equivalente al 14% del PIB húngaro durante los primeros seis meses del año.

La eurozona está haciendo daño, pero algunos problemas son propios. El gobierno húngaro ha intentado interferir con el banco central y está lejos de la austeridad, pero no ha propuesto alternativas para avanzar. La República Checa va en la otra dirección, hacia un déficit fiscal por debajo del 3% del PIB. Pero la austeridad ha empeorado su recesión, aumentando también las dudas sobre la idoneidad de sumarse a la eurozona y abandonar la libertad de devaluar. En toda la región, los créditos adoptados en euros y francos suizos han hecho de la devaluación una vía problemática para impulsar las exportaciones y evitar una recesión más profunda.

Incluso una eurozona fuerte no resolvería los profundos problemas de la región. Los informes del FMI se quejan de unos mercados laborales rígidos, de sistemas educativos inadecuados y de la baja calidad de las instituciones.

Una adhesión a la eurozona ayudaría a la modernización económica, pero como han descubierto Grecia y España, la moneda única puede afianzar las ineficiencias o generar booms insostenibles. Estos países no pueden poner todas sus esperanzas en la recuperación de la eurozona o en formar parte de ella. Deben ser más competitivos y mejorar por ellos mismos.

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