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Secretos de despacho

Romanones, una condesa para el negocio del queso

Aline Griffith 'obliga' a sus nietos a mantener activa la Finca Pascualete, en Trujillo

Advierte que su espíritu juvenil se debe única y exclusivamente al trabajo. Porque el "trabajar, ser útil, es un gran placer". Aline Griffith, condesa de Romanones, recibe a CincoDías en su domicilio de El Viso en Madrid, donde desarrolla una intensa vida laboral. Asegura que no vive de las rentas, "necesito escribir libros para ganar dinero", y que por ello se ha embarcado en un proyecto empresarial con sus nietos, la quesería Finca Pascualete, en Trujillo (Cáceres).

Recuerda cuando llegó por primera vez a España procedente de Estados Unidos, "trabajaba para la CIA durante la Segunda Guerra Mundial y fue aquí donde conocí al que unos años más tarde sería mi marido, Luis de Figueroa y Pérez de Guzmán el Bueno, conde de Romanones"..

El aristócrata disponía de varias fincas en diferentes lugares de España. Una de ellas era Pascualete, de la que se enamoró al instante y cuyos archivos la datan en 1231. "Me fascinó la vida del campo, su tradición, valor histórico, el ecosistema único que tiene esta zona, y desde entonces he dedicado mi vida a preservar este patrimonio natural y cultural, así como el saber que se ha ido transmitiendo durante siglos de generación en generación", asegura.

"Me da seguridad saber que mi familia genera riqueza para el país y ayuda a crear empleo"

Ahora intenta que la última generación sienta el mismo aprecio por la tierra. Ha querido recrear y devolver la vida y la actividad al campo. "Antes se trabajaba todo a mano, no había maquinaria agrícola, vivía mucha gente en la finca, era muy agradable y aprendí un nuevo estilo de vida, con raíces, muy diferente a Estados Unidos, el país más moderno", explica Griffith, que ha mantenido una imagen guardada en su retina, la de las mujeres de los pastores que hacían su propio queso. "Tenían una competición entre ellas y yo debía probarlos todos; además, tenían un horno de piedra y hacían su propio pan. El queso y el pan eran la comida del campo", recuerda. Siempre ha intentado inculcar a sus nietos y a sus cuatro bisnietos el amor por Extremadura y por Pascualete, pero sobre todo a las costumbres de la tierra. "Siempre he querido asegurarme de que mi familia seguiría viviendo y trabajando allí".

Es la base de la quesería Finca Pascualete, con la que han conseguido distintas medallas y reconocimientos en concursos internacionales con algunos de los quesos que allí producen, entre ellos una cremosa torta que se encuentra entre los 50 mejores quesos del mundo. "Queremos continuar con otros productos de la zona, de manera que creemos puestos de trabajo y negocio para esta región agrícola de Extremadura. Son productos que podemos exportar al extranjero".

Aline Griffith trabaja al lado de su nieto Juan Figueroa. Se siente feliz. "Me da mucha seguridad saber que mi familia tiene trabajo y sobre todo que genera riqueza y contribuye al desarrollo del país. Necesitamos ayudar a crear empleo", dice esta mujer, de enorme vitalidad y coquetería. Acostumbrada a las sesiones fotográficas, sugiere hacer un cambio de ropa, o al menos de chaqueta, que no duda en cambiar por otra de un color verde luminoso.

Distribuye las horas del día con mucho cuidado. "Nunca tengo bastante tiempo para hacer todo lo que tengo que hacer". Escribe a diario, también dedica tiempo a buscar y rebuscar en los archivos históricos, "con internet ahora es mucho más fácil". Pasa muchas horas sentada frente a la mesa de trabajo de su despacho, que tiene en la primera planta del chalé en el que reside, sedentarismo que combate a diario con largas caminatas y con sesiones de natación. "Procuro hacer ejercicio, antes montaba mucho a caballo pero ya no puedo". Nació en 1923.

Inseparable de su agenda de papel

Trabaja en un pequeño espacio al lado de su amplia habitación, decorada en un femenino rosa. En ambas estancias se siente el paso del tiempo, algo que contrasta con la gran vitalidad de la condesa de Romanones. Se muestra locuaz y buena anfitriona, hasta el punto de ofrecer su coche con chófer a la periodista una vez finalizada la entrevista. Le gusta la vida social, la etiqueta y los buenos modales. Una vez al mes celebra una cena en su casa para unas 24 personas: a los caballeros les obliga a vestir esmoquin y a las señoras, traje de noche."Me gusta mezclar y combinar a gente de distintas especialidades". Procura atender sus compromisos sociales, invitaciones a embajadas o presentaciones de libros, "aunque estas últimas me aburren en España". Y reconoce que sus novelas -El fin de una era, La espía que vestía de rojo, La trama marroquí y Un asesino con clase- se venden mejor en Estados Unidos que en España. Confiesa que no tiene tiempo para echar de menos el pasado, aunque recuerda una época gloriosa, "de baile en baile, en aviones y barcos, vistiendo con elegancia, no como ahora, que ya no se tiene ese placer por disfrutar de todo ese glamour".En su despacho está el retrato de su marido, que le acompaña siempre, como tampoco se desprende de su agenda, que por supuesto ha de ser en papel. "Lo anoto todo y es una ayuda fundamental porque me gusta ser muy organizada y sobre todo muy disciplinada".Está fascinada con las nuevas tecnologías, de las que es una gran usuaria. "Veo a gente de mi edad que no las aprovecha y me da pena porque nos abre otro mundo". Desde los años ochenta utiliza el ordenador y se considera una persona con espíritu joven. "No tengo problemas con la edad, llevo una vida sana y agitada".

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