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El foco
Columna
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¿Austeridad o crecimiento?

El autor defiende que en el binomio austeridad- crecimiento, el orden de los factores es vital. El futuro de Europa depende de salvar el euro y para ello primero está la austeridad y luego el crecimiento

æscaron;ltima cumbre del euro. Y nuevo debate sobre el orden de los factores: austeridad y crecimiento. A diferencia de la propiedad conmutativa de la multiplicación, este orden sí es relevante. Y parece enfrentar a los partidarios de Keynes frente a los de Hayek. No seré yo quien entre en estos berenjenales. Solo apunto que, desde aquellas décadas de debate entre ambos, allá por los años treinta y cuarenta del pasado siglo, ha llovido mucho. Y las condiciones en las que operan nuestras economías se han modificado sustancialmente.

Por ejemplo, un elemento distintivo de la situación actual es que las dificultades de crecimiento en los países avanzados derivan del peso del endeudamiento. Enfrentados a la necesidad de desapalancamiento de las empresas y familias y, ahora, del sector público, nuestras economías (en especial aquellas más endeudadas, como la española) tienen dificultades evidentes para recuperar ritmos sostenibles de crecimiento, sea cual fuere la posición del sector público.

Desde los años ochenta hemos aprendido una lección nueva. La experiencia japonesa de los ochenta, con sus booms previos en el mercado de acciones, de vivienda y de suelo, se ha transmutado en dos décadas prácticamente pérdidas, y una deuda pública en el entorno del 200% del PIB. Además, la riqueza que se generó con el alza del crédito no se ha recuperado, ni se la espera: el índice Nikkei de la Bolsa de Tokio alcanzó el máximo cerca de los 41.000 puntos y hoy, más de 20 años más tarde, languidece en el entorno de los 10.000-15.000 puntos.

Esa durísima lección japonesa es la que está experimentando la economía de Estados Unidos. Con el último comunicado de la Reserva Federal, prometiendo tipos de interés prácticamente cero hasta ¡finales de 2014!, se resume su dramática situación. En ese ejercicio, Estados Unidos llevará la friolera de siete años de tipos de interés negativos en términos reales, aderezados con todo tipo de inventos de política monetaria no ortodoxa, y ello en un contexto fiscal que ha mantenido un déficit público en el entorno del 10%, elevando la deuda federal a cerca del 100% del PIB.

¿Qué le pasa a un país cuando ni déficits exorbitantes ni políticas monetarias ultraexpansivas consiguen estabilizar un crecimiento autosostenido del sector privado? Que se encuentra inmerso en un proceso de ajuste de precios de la riqueza (inmobiliaria y financiera) y en un contexto de exceso de deuda que exige desapalancamiento.

En España, nuestra posición no es muy distinta: pérdida de competitividad, agujero exterior, acumulación de pasivos frente al resto del mundo, elevado endeudamiento familiar y activos inmobiliarios con fuerte depreciación, que arrastran patrimonios de hogares, empresas y sistema financiero.

La nuestra es una crisis de balances. Y de esas crisis solo se sale aceptando pérdidas de riqueza, con los efectos deflacionarios que implican. Además, la demografía española, tan favorable en la década prodigiosa, está ya operando negativamente: entre 2011 y 2021, el INE espera, junto a una pérdida poblacional de 0,7 millones, una dramática reestructuración por edades de la población, con una caída de 3,7 millones de personas del grupo de 20 a 39 años. En suma, bajo crecimiento para los próximos años. Y ello porque los motores de la expansión anterior están gripados: ni crédito creciendo al 20%, ni hogares aumentando a una tasa anual de 400.000, ni población creciendo por encima del 1,5%, ni construcción residencial. Por no hablar de los más de 10 años que habrán transcurrido, desde el inicio de la crisis, para recuperar el empleo y la inversión productiva previos a 2008. Por si ello no fuera suficiente, la crisis de la deuda soberana en el área del euro nos sitúa en máxima alerta, con amenaza existencial sobre la moneda única. Una viabilidad del euro comprometido, no cabe olvidarlo, por el exceso de deuda de los países periféricos (deuda privada para Irlanda o España o pública para Portugal, Italia o Grecia). Por ello, es un craso error olvidar, cuando se debate la secuencia austeridad-crecimiento, tanto este aspecto existencial como el origen de los problemas.

Otro desliz en el que incurren los que apuestan por poner el carro del crecimiento frente a los bueyes de la estabilidad es atribuir a esta última los problemas de crecimiento que padecemos. Porque ello es más que discutible. ¿Qué ha conducido al PIB a la caída del -0,2% del último trimestre del año? ¿Las políticas de austeridad en España y Europa? En absoluto.

La dramática reducción del crecimiento en el área del euro a partir de julio de 2011 deriva, en su totalidad, del pánico sobre el futuro del euro que el inconsciente comportamiento italiano generó. Fueron las brutales alzas de las primas de riesgo de España e Italia, y sus negativas repercusiones sobre la estabilidad del sistema financiero europeo, las que, finalmente, doblegaron la economía europea y amenazan el crecimiento mundial. Las medidas del BCE y del Consejo Europeo de diciembre, y las que se adivinan del lunes pasado, han restaurado tímidamente la confianza sobre el futuro de la moneda única. Pero queda mucho camino por recorrer y estabilizar las primas de riesgo.

Hoy hay una primera batalla que librar: dejar sentado que el euro va a sobrevivir. Y ello implica poner la austeridad por delante. Mañana, cuando esto esté asegurado, y los mercados se hayan calmado, será el momento del crecimiento. Pero la secuencia del proceso es determinante, porque quien asegure que España estará dentro del euro dentro de cinco años es, simplemente, un visionario. Estamos en una encrucijada existencial. No erremos el diagnóstico acerca del problema principal. Nos jugamos demasiado.

Josep Oliver. Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

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