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Tribuna
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De saber lo sabido

Mi amigo el filosofo, que afortunadamente siempre me regala libros y es enredador por naturaleza, me dice que el momento económico y sociopolítico que estamos viviendo se parece mucho a la leyenda/mito de Sísifo, tan hermosamente plasmado por Tiziano en ese precioso óleo que, para disfrute de los mortales, se conserva en el Prado. La maldición de Zeus fue, como es sabido, que el ciego rey Sísifo cargase todos los días una gran piedra y, con la roca sobre sus hombros, ascendiera una montaña. Al llegar a la cima, la piedra caía y Sísifo tenía que cargarla nuevamente y volver a empezar, y así cada día, todos los días, siempre...

Uno tiene la sensación de que, en el V Año Triunfal de la Cosa, el trabajo de los líderes que tenían que sacarnos de la maldita crisis, como el castigo de Sísifo, es un sinsentido y un ejemplo de rutina, agobio, desesperanza y falta de profesionalidad, aunque algunos mandamases, es verdad, se esfuerzan más que otros. Pareciera que todo el mundo sabe lo que pasa, pero nadie da con el botón que resuelva los problemas. Mientras tanto, con mucha tontería por medio y resultados nulos, cada mes de enero se siguen celebrando el foro económico de Davos y el foro social en Brasil. Y todos tan contentos, como si ya no importaran las notorias y malditas desigualdades, la corrupción, el hambre que nos acecha, los millones de parados, la falta de crecimiento, la recesión galopante y la certeza de la incertidumbre. Nos olvidamos de que la pobreza ha atrapado a uno de casi cada cinco europeos, y lo grave es que la situación se ve con relativa normalidad. Los salarios de muchos altos directivos siguen siendo excesivos, indecentes, inadecuados, hirientes, pero nadie es capaz de pelar la patata caliente. Lo financiero (el dinero en definitiva) se ha convertido en un fin en sí mismo y ha dejado de ser lo que es: un valor instrumental que solo sirve para conseguir bienes y servicios. Las agencias de calificación campan por sus fueros, imparten doctrina y raitings y no son conscientes de que han agravado la crisis, como muchos políticos que caen en el error de que legislando mucho se resuelven todos los problemas. Seguramente olvidan que la ley no resuelve nada por sí sola, y que en la mayoría de las ocasiones solo apunta la solución del problema. Vivimos en un mundo abierto, interconectado, con una economía crecientemente globalizada, llena de riesgos y de trampas, pero sin control y gobernanza mundiales, y sin que las actuales instituciones, llenas de burócratas, den la talla.

Los humanos -parece que los españoles más- nos hemos acostumbrado (habituación negativa dicen que se llama eso) a escuchar malas noticias y a vivir en medio del caos y de las subidas de impuestos, sufriendo recetas político-económicas que a nadie convencen y nada resuelven, como si el conjunto fuese una carga pesada que, como Sísifo, cada individuo tuviera que soportar en su espalda eternamente. A lo mejor por eso, como escribiera Mario Vargas Llosa, el nonato presidente del Instituto Cervantes, "...tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible."

Leyendo y leyendo, uno encuentra luz e inspiración en un brillante artículo (Reforma laboral base cero) publicado no hace demasiados días en este mismo periódico; su autor, el profesor Federico Durán, aboga con brillantez sobre la necesidad de que, en España, y por quien corresponda, se tenga el valor de hacer tabla rasa de los planteamientos precedentes y repensar todas las instituciones laborales.

En otro artículo de obligada lectura, su firmante, el profesor Jesús Lizcano, presidente de Transparencia Internacional España, nos anima a repensar (y rehacer) la economía, y pide a los responsables del cotarro, nacionales o internacionales, más arrojo, inconformismo y espíritu innovador para poner al día los postulados vigentes, unos principios obsoletos, caducos, extraños, de imposible aplicación en los tiempos que corren y en las actuales circunstancias. Uno recuerda a Schumpeter y su teoría de la destrucción creadora, y sigue pensando que hemos dejado de innovar y de formar, y nos hemos olvidado de que el mundo ya no es lo que era, y de que los viejos paradigmas ya no sirven.

Es tiempo de cambio, de nuevas estructuras, de formas diferentes de hacer las cosas y de más valores en una sociedad global. El mundo, y nosotros los humanos, necesitamos hoy algo en lo que creer, principios y valores, y líderes que sepan marcar el rumbo y hagan que los demás los sigamos, y nuevas estructuras, y sobre todo las personas precisaríamos que aquellos que nos gobiernan no nos engañen como si fuéramos bobos. Hace 80 años, un poeta pensador, don Antonio Machado, nos enseñó el camino, y escribió: "Repensar lo pensado, de saber lo sabido y dudar de la propia duda, que es la única forma de empezar a creer en algo".

Juan José Almagro. Doctor en Ciencias del Trabajo. Abogado

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