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Columna
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La economía de la paz

El 18 de marzo de 2004 escribí un artículo en esta misma cabecera sobre los efectos económicos del terror tras el brutal atentado del 11-M en España. Releyéndolo estos días, especialmente tras el anuncio del fin del terrorismo de ETA, he sentido la imperiosa necesidad de escribir otro que trate de los efectos económicos de la paz, pues he podido sufrir en primera persona los efectos del terror, y porque como vasco, y como ciudadano, se lo debo a mi tierra y a mis lectores.

Yo nací en un lugar maravilloso llamado Biarritz, donde muchos ciudadanos provenientes de España y el País Vaco se exiliaron ante la dureza de un régimen criminal y terrorista como el franquista. En este bello espacio también se asentaron criminales de ETA durante algún tiempo, con el beneplácito del país vecino, por lo que fui comprendiendo lo absurdo del odio y de la violencia desde pequeño. Me sorprendía cómo tenía que pasar la frontera escondido en el maletero del coche, pues mis padres eran supuestamente delincuentes al no estar legalizado el divorcio, y también cómo en dicha frontera la Guardia Civil introducía un fusil en el coche antes de preguntar por los pasaportes. En este ambiente impropio y duro de una sociedad no democrática transcurrió una parte de mi infancia que fue forjando un sentimiento muy agudizado de lucha por la justicia y anhelo de paz. Cuánto más al conocer, ya más tarde, que una de las empresas pioneras de este país, Discos Columbia, fundada y regentada por padre y abuelo, fue amenazada y extorsionada por dicha banda.

Ahí empecé a entender lo que supone para un país, en este caso el País Vasco, la pérdida de capital humano y empresarial simplemente por una amenaza sin razón, un puro matonismo, bajo la excusa de contribuir a la lucha del pueblo vasco contra la opresión. La sangría de fondos, la pérdida de puestos de trabajo, la reducción del gasto y el miedo a viajar a Euskadi han sido la hoja de ruta de muchos pequeños y medianos empresarios, de profesionales liberales y de una buena parte del capital humano que se ha perdido, a veces para siempre, por la amenaza perpetua. La fatua dictada contra hombres y mujeres de empresa, pero también contra otros sectores no menos importantes, como políticos, miembros del Ejército o fuerzas del orden, han descapitalizado y empobrecido humana y económicamente a un gran país, que ahora puede haber comenzado a escribir una bella página de irreversibilidad hacia la paz.

Las consecuencias económicas, pero también sociales, del anuncio de ETA se pueden resumir en tres: a) recuperación de la libertad personal y de empresa, b) fortalecimiento de las relaciones comerciales sin miedo y c) resurgimiento de la felicidad interior bruta. La primera es la que probablemente más se va a notar a corto plazo. El empezar el día sin medidas cautelares, el consumo sin miedo, la entrada en ciertos establecimientos que antes estaban vetados, en suma, ser libres de verdad.

Eso lo van a percibir de forma significativa la hostelería vasca, y en general todo el sector turístico. Pero también se va a plasmar en el hecho que muchos empresarios tendrán su cuenta de resultados limpia de renglones en negro, y que ya el propio término empresario no será visto como un gran explotador de la plusvalía del pueblo. La paz también posibilitará la vuelta de capital físico, de capital humano y sobre todo de un gran número de sonrisas vascas que vagan por el mundo sin rumbo.

Las relaciones comerciales serán otras de las grandes beneficiadas con la llegada de la paz, al eliminarse todos los aranceles a la importación o la exportación que suponía la propia amenaza del terror. De nuevo, el mundo de la dinámica empresa vasca agrandará su espacio y su actividad, facilitando, aún más, el liderazgo nacional e internacional en muchos sectores.

Por último, la felicidad interior bruta es un termómetro que poco a poco irá subiendo y, aunque no compute en las cuentas nacionales, sí que facilitará la concordia y el restablecimiento de un clima, al menos, más respirable para muchos que otrora sentían rechazo e incluso odio.

Como escribir es la mejor terapia, valga este pequeño homenaje a los míos que sufrieron, y a todos los que un día tuvieron que irse del país, o simplemente murieron sin razón alguna. Euskadi, pero también el resto del Estado, inauguran un nuevo tiempo sin violencia armada.

Quedan por restañar muchas heridas y hacer de la felicidad interior bruta el verdadero objetivo de todos, pero al menos hoy dormiremos todos más tranquilos y el primer disco que sonó en España, gracias a Discos Columbia, ya puede volver a girar en libertad.

Alejandro Inurrieta. Director ejecutivo de Inurrieta Consultoría Integral

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