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Tribuna
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Más allá del asunto de espionaje en Renault

El caso de espionaje en la Renault pone de manifiesto un episodio más de una guerra que se libra a diario de forma encubierta: la guerra económica. En este caso se refiere a tecnologías relacionadas con el desarrollo y comercialización del coche eléctrico, presente y futuro -un negocio previsiblemente billonario-, aunque detrás se esconde un espectro mucho más amplio en el que se dirimen los retos de la industria del automóvil europea y mundial, y por supuesto la competitividad del tejido productivo europeo frente al de sus pares en los mercados globales.

Aunque este tipo de cuestiones se dirimen todos los días en multitud de frentes y lo raro es que vean la luz y no se cierren mediante acuerdos de las partes, como decía hace unos días en varios artículos Alain Juillet -presidente de la Academia Francesa de la Inteligencia Económica y ex alto responsable encargado de la inteligencia económica con el primer ministro de Francia hasta 2009-, el asunto descubre la realidad objetiva de un asunto que no se conoce generalmente si no es a través de películas, novelas, que despiertan la imaginación y los fantasmas colectivos cuando se habla de inteligencia, espionaje y otros términos que, aun pareciendo afines, distan de significar lo mismo.

Estos picos de información nos hacen abandonar muy momentáneamente un cierto autismo de nuestra sociedad frente a esa guerra económica y comercial a la que las empresas españolas no son en absoluto ajenas y que es la cruda realidad donde se ventila a escala global nuestra calidad de vida, nuestro crecimiento de nivel de empleo, nuestras posibilidades de equilibrar la balanza comercial, la competitividad de nuestras multinacionales y, por qué no decirlo, de supervivencia con los estándares de desarrollo actuales.

La globalización de los mercados impone a las empresas, agentes económicos y al Estado pensar y actuar globalmente y dotarse de instrumentos y personas especializadas para la búsqueda, vigilancia, captura, elaboración, selección, interpretación, análisis, protección, distribución, explotación y almacenamiento de la información relevante para la competitividad e influencia de una empresa o para los agentes económicos de una economía o Estado. Estos procesos, organizados de forma armoniosa, no son otra cosa que el objeto de la inteligencia competitiva (IC).

La IC tiene mucho que ver -todo- con lo más excelso de la naturaleza humana, la inteligencia, en el sentido de aplicar, como decía Aristóteles, con destreza en la práctica los conocimientos adquiridos y con ello generar valor para el tejido productivo de un país o para la economía de un estado, y muy poco -nada- con prácticas que utilicen atajos de todo tipo para acortar los plazos que todo ello conlleva o el "fin justifica los medios" para conseguir enriquecerse en el corto plazo.

La inteligencia competitiva utiliza como materia prima de su proceso productivo la información, conseguida gracias esencialmente a la multitud de medios electrónicos hoy disponibles. Busca interpretar y analizar esa información a partir de la experiencia, formación, inteligencia y capacidad crítica de las personas dedicadas al efecto y entrega a los responsables de tomar decisiones un producto en forma de evidencias sobre alternativas viables sobre las que decidir y qué repercusiones puede acarrear cada una de ellas. Todo ello con el fin de anticiparse a los acontecimientos, de que la decisión se tome con la menor incertidumbre posible en escenarios que hoy en día necesariamente deben abarcar el ámbito mundial y planificar estratégicamente las actuaciones de cualquier organización.

Dado este ámbito y la cantidad ingente de información que puede hacer decantar las decisiones en uno u otro sentido si no se considera toda, es evidente que las empresas de cualquier economía que no pueden disponer de departamentos o células de inteligencia para contemplar toda la información estratégica que les puede interesar para abrirse camino en el exterior y para aumentar su competitividad necesitan de la contratación de empresas especializadas y del concurso de la inteligencia de su Estado para que les apoyen en sus necesidades. Este es el caso de muchos de los países de nuestro entorno y lo que se empieza a hacer con pasos de gigante, cada vez más prometedores, en España.

El conjunto de nuestro país dispone de unas infraestructuras comerciales y de redes privadas y públicas de captura y distribución de información realmente sólidas y avanzadas. Con ellas se puede potenciar el esfuerzo de muestras empresas para entrar en mercados donde aportar nuestro saber hacer vía la cooperación para competir -coopetición- allí donde nuestros productos pueden tener más oportunidades que en mercados saturados como los locales o europeos.

Por último, un aspecto no menos importante que también hay que considerar es la necesidad de dotarse de instrumentos normativos que protejan la información estratégicamente relevante para nuestra economía y dejar de ser ingenuos al respecto pues en la lucha por la competitividad y la supervivencia económica casi no existen amigos y es preciso llevar a la conciencia pública que la información que manejamos puede ser muy valiosa en determinados entornos. Es ese reconocimiento del valor que el universo de información que tiene que ver con la misión y la estrategia de una empresa lo que la inteligencia competitiva pretende al final para una organización, adecuándola para optimizar sus prestaciones.

José Luis de la Fuente O'Connor. Presidente de la Asociación Española para la Promoción de la Inteligencia Competitiva, Asepic*

*Han contribuido âscar Álvarez, Ramón Archanco y Mario Sánchez

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