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Columna
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Poca olla para tantas bocas

Los problemas irán aumentando. Mientras arde nuestra economía, las fábricas cierran y el desempleo galopa desbocado, nuevos conflictos comienzan a adquirir carta de naturaleza. El más inminente será el de la financiación autonómica, especialmente la vinculada al desarrollo del nuevo estatuto catalán. Hace ya meses que el plazo que concedía el texto aprobado en las Cortes ha finalizado sin que hasta ahora se haya conseguido acordar nada. El Gobierno se metió en un avispero del que no sabe salir en estos tiempos de crisis. Todas las autonomías reclaman más y mejor financiación, pero en el caso catalán la situación es aún más perentoria, pues no se trata ya de un compromiso político de los que se lleva el viento, sino que viene mandatado por un Estatuto aprobado en el parlamento catalán y refrendado por Ley Orgánica en las Cortes españolas.

La irritación en parte de la sociedad catalana es evidente y Montilla está profundamente molesto ante un retraso que considera injustificable, y por el que está siendo cuestionado de forma permanente en su propia parroquia. El PSC ya amagó con no votar estos Presupuestos Generales como medida de presión. Al final, todo quedó en aguas de borrajas. Pero que nadie se equivoque. Si no hay nueva financiación, estaremos a las puertas de un cisma político entre PSOE y PSC, similar al que ya ocurriera en Navarra entre el PP y UPN.

El Gobierno ha ido dilatando durante meses su propuesta de financiación con el argumento de lo perentorio de la lucha contra la crisis, la absoluta prioridad -teórica al menos- del momento. A Zapatero y a Solbes se les abren las carnes al pensar la reacción que tendría la opinión pública al conocer que las arcas del Estado se debilitan para darle el dinero a las comunidades autónomas, especialmente a Cataluña, que no se contentará con migajas, pues posee todo un estatuto como aval de la deuda. Por eso, el Gobierno tendrá problemas tanto si aprueba el nuevo modelo como si no lo hace. No supo medir los tiempos, y ahora se encuentra en el peor momento. Sin dinero y con una sociedad angustiada por los problemas económicos. Ya veremos el desenlace del culebrón.

Estos conflictos saldrán a la luz en caso de celebrarse la famosa conferencia de presidentes, prometida por el Gobierno e igualmente dilatada. Todos querrán más, y el Gobierno les tendrá que decir la verdad: que no tiene. Los compromisos de gastos públicos se disparan y los ingresos fiscales se hunden. Ya estamos en déficit y el próximo año caeremos en un agujero del que tardaremos un tiempo en salir. Lo último que le conviene en estos momentos es hablar de dineros con las autonomías. Pero para Cataluña esto no es un juego y forzará un acuerdo final. Al Gobierno le costará salir de este proceso sin dejar muchos pelos en la gatera.

Los ayuntamientos no quieren quedar al margen de este reparto. La caída inmobiliaria les ha arruinado y precisan de nuevos fondos para atender a los servicios y a la estructura que crearon durante los tiempos de bonanza. Muchos municipios ya tienen graves dificultades para poder atender su nómina y mejor ni hablar de los retrasos pavorosos en el pago a sus proveedores. Estamos ente una bomba de efectos retardados que no tardará en explotar. Sus víctimas y daños colaterales ensombrecerán el triste panorama del próximo ejercicio. Muchas empresas que prestan servicios a los ayuntamientos se verán abocadas al concurso de acreedores; aún siendo viables, no podrán soportar la tenaza que sufren tanto por la demora en los cobros como por el recorte financiero con el que le castigan los bancos.

Los presupuestos generales del próximo ejercicio nacen muertos. Sus principales variables ya han sido ampliamente superadas por la realidad. Los gastos serán más cuantiosos y los ingresos, menores. Al déficit que encierran habrá que sumarle la financiación autonómica y un plan urgente de saneamiento municipal. Tampoco conocemos el coste de los sucesivos planes contra la crisis. El Estado se está echando sobre sus espaldas ingentes compromisos a los que les costará atender. Tanto el endeudamiento como el déficit público tienen límites, por más que nos parezcan infinitos en estos momentos de zozobra. Estamos preocupados. Comenzamos a albergar serias dudas de que tengamos olla para tantas bocas.

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