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Tribuna
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Todos somos directores ejecutivos de...

No parece lo mismo un mensajero que un especialista en logística de documentos, aunque hagan la misma función. El autor explica la importancia de definir correctamente los puestos que se ocupan en las empresas, para que describan con claridad la ocupación precisa

Cuál es la diferencia que hay entre un coordinador oficial de movimientos internos y un portero? ¿Y entre un especialista en logística de documentos y un mensajero? Pues seguramente la misma que entre un técnico sanitario de vías públicas y un barrendero, valga la rima.

De algún modo, cómo designar un puesto puede suponer, sin coste económico adicional, un plus de motivación para algunos trabajadores. De todas formas, parece claro que la denominación de cargos cumple, sobre todo, una función comunicativa hacia los demás. Yo ya sé quién soy y a qué me dedico, pero se trata de que otros lo sepan. Si alguien me dice que es jefe de mantenimiento, no preciso más datos para deducir que es responsable de un servicio que se ocupa de la corriente eléctrica, el aire acondicionado, la fontanería, el pavimento, los extintores o las cerraduras. O sea, con una palabra recibo información suficiente sobre su quehacer profesional.

Resulta paradójico, pero la comunicación es uno de los ámbitos más imprecisos al denominar un cargo. Es frecuente que un director de comunicación tenga que explicitar, incluso a algunos empleados de su empresa, las tareas que, por definición, se le suponen: enlace con la dirección, comunicación interna, imagen corporativa, relaciones (públicas, institucionales y con la prensa), publicaciones, web, etcétera. Estas funciones varían en cantidad y alcance, según la dimensión de la entidad, y suelen ser proporcionales a la importancia que la empresa se otorgue a sí misma como institución y a sus trabajadores como personas.

Un ejercicio efectivo es intentar explicárselo a los niños y ver qué entienden. Me contaba un buen amigo la conversación en la que uno de sus hijos le preguntó en qué trabajaba mamá: -Es enfermera. -¿Y eso qué es? -Pues cura y cuida a las personas enfermas que deben quedarse en el hospital. -¡Ah! Qué bonito... ¿y tú? -Yo soy director de una empresa. -¿Y eso qué es? -Pues me encargo de que las cosas salgan y que otros hagan bien su trabajo y... -Ya..., Javier (su hermano), devuélveme mis pokemon.

Cargos confusos y especialistas en todo. La denominación de los cargos debe ser precisa, pero no hasta el extremo de provocar más preguntas de las que busca responder. Así sucede cuando el puesto no es concreto o cuando lo especifica tanto que uno ignora su ubicación en la estructura organizativa.

Como lucir un cargo puede resultar decisivo para motivar a algunas personas, tampoco hay que caer en situaciones ridículas. Siguiendo con mantenimiento, sería extraño que uno fuera el director de electricidad y otro el director de fontanería, especialmente si no tienen a quién dirigir. Evitar este organigrama absurdo es compatible con atribuir algún título a cada uno de esos profesionales. Por ejemplo, especialista de electricidad o técnico de fontanería.

Por cierto, los cargos se escriben con minúscula. Todos. Así lo establece la Real Academia Española (de la Lengua). Lo digo porque hay quien considera irrespetuoso escribir con minúscula presidente o director general, pero niega la mayúscula a la secretaria o al conserje.

Conviene que exista correlación entre el cargo y lo que, de hecho, uno hace. Si el gerente no se ocupa de las cuestiones económicas, ostentar ese cargo sólo genera confusión. Y viceversa, no parece lógico que el puesto de ayudante de secretaría corresponda a alguien que, de hecho, decide sobre los presupuestos.

Nombramientos claros, en orden y a tiempo. Otra ventaja de una correcta asignación de cargos es la facilidad para identificar a los interlocutores adecuados. La primera vez que, aprovechando las vacaciones, acudí a una universidad extranjera para charlar con su director de comunicación aprendí la lección cero. Llamé por teléfono, solicité la entrevista y lo primero que me preguntaron fue mi puesto. Ingenuamente respondí que era periodista, sustantivo que no designa un cargo, sino una profesión de gran variedad ocupacional. El resultado fue que la pretendida conversación con el directivo bajó de escalafón hasta concretarse en un diálogo con Chris: muy eficiente la becaria. Tres años después, regresé a ese campus con idéntico propósito. Esta vez comencé presentándome como Assistant Director (los cargos en inglés, con mayúscula). A las pocas horas me recibió la directora de comunicación, quien reunió en el encuentro a otros directivos de gran interés para mí.

Mención particular merecen los sin cargo y con poder. Existen variantes. Por ejemplo, en política hay quienes dejan puestos o nunca los tuvieron, pero su influencia es decisiva. Parece razonable evitar los poderes ocultos. Otra situación perniciosa es la del especialista en todo: el director de I+D que decide sobre decoración, la jefa de seguridad que opina sobre ampliación de capital o el tesorero que escribe notas de prensa.

La comunicación de estos nombramientos es otra cuestión sencilla que se puede complicar. Cuanto antes se informe, mejor. Si no, pasa como cuando un amigo te cuenta que se casa, pero te pide que no lo digas a nadie porque todavía no lo ha anunciado oficialmente y lo mismo hace con otros. Como la discreción hoy escasea, con frecuencia esto obliga a poner cara de sorpresa cuando a uno le cuentan como exclusivo lo que ya conoce hace tiempo.

Con o sin título, siempre puedo presentarme como director ejecutivo de mí mismo y, sobre todo, procurar que así sea.

Enrique Sueiro. Profesor asociado de Comunicación de la Universidad de Navarra

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