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Tribuna
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Por qué es importante el desarrollo sostenible

La apuesta del entorno empresarial por conceptos como calidad, medio ambiente, responsabilidad social, etcétera, encuentra su primera base en la Cumbre de Río de 1992. A partir de entonces, y paulatinamente, se fueron aceptando términos, ideas, políticas, estrategias... aunque las actuaciones que se emprendieron fueron débiles y directamente entroncadas con políticas verdes. Actualmente, la nueva conciencia ecológica está presente en la toma de decisiones empresariales y tiene cada vez más influencia en la gestión de las empresas. En España, nuestra Constitución recoge en su artículo 45 la necesidad de proteger el medio ambiente tanto por los poderes públicos como en el ámbito particular y establece sanciones para quienes no lo preserven adecuadamente.

Sin embargo, el daño ecológico causado por la actividad industrial y humana atraviesa los límites nacionales. En la memoria de todos siguen presentes la marea negra del Prestige, Chernóbil o el cambio climático del planeta, causado fundamentalmente por la deforestación de la Amazonia. Todas y cada una de estas catástrofes ponen de manifiesto el riesgo en que se encuentra nuestro ecosistema.

Hay quien opina que esta situación en que se encuentra la Tierra es consecuencia de los requerimientos de la expansión productiva, de la aceleración de las comunicaciones, del agresivo intercambio comercial y de una serie de hechos básicamente económicos cuyo riesgo de dañar al medio ambiente es altísimo.

En este contexto, la gestión de las empresas debe contemplar de forma adecuada cualquier actuación que repercuta en el medio ambiente, para no dañarlo. Y si se produce el daño ecológico, es más importante aún que la empresa esté obligada a repararlo. Esto tiene una repercusión sin precedentes porque, aunque el daño se produzca sin que haya una actuación negligente, la empresa debe asumir todos los costes directos e indirectos que ocasione tal catástrofe. Y aquí surge otro elemento interesante, ¿quién cuantifica el valor del daño ecológico? ¿Es éste un daño reversible o irreversible? ¿Se extiende a otros medios o sólo al directamente afectado? ¿Puede darse el caso que el daño provoque el fin del recurso natural? En este último caso, ¿cómo se repone este recurso que se ha convertido en finito?

Todas y cada una de estas preguntas tienen una posible respuesta que como mínimo podríamos calificar de controvertida y dudosa.

Una de las consecuencias inmediatas de este panorama es no sólo el impacto financiero en los resultados de la compañía, sino también en la imagen de la empresa. El valor inmaterial que aporta la imagen a las compañías está cuantificado en sus datos financieros, en su difusión al exterior, en su crecimiento a largo plazo, en las reacciones de los consumidores, de los proveedores y de los clientes.

Todo ello repercute en las expectativas de los inversores, que son los que marcan el curso de las empresas. Si la imagen se ve dañada, la cadena de valor también y por ende se producirán unas consecuencias nefastas en la evolución del ente empresarial.

Para evitar que se produzca una situación de este tipo las empresas deben diseñar estrategias y políticas de prevención encaminadas hacia el desarrollo sostenible. Políticas que han de surgir no solamente como iniciativas privadas, encaminadas hacia la rentabilidad, sino que el Estado, como iniciativa pública, tiene la obligación de apoyar dichas políticas y crear las condiciones óptimas para dirigir las actuaciones en términos de prevención. Y de forma paralela a la aplicación de nuevas estrategias, éstas deben ser comunicadas a la opinión pública para su evaluación y comentario, ya que esta transmisión de actuaciones tiene un efecto dominó muy deseado para el resto de empresas. La creación de foros y asociaciones que apoyan este tipo de iniciativas finalmente redundan en la mejora empresarial en cualquiera de sus ámbitos.

El uso de la ciencia y la tecnología para apoyar esta política de prevención es clave para lograr industrias no contaminantes, reducción de la emisión de gases tóxicos, etcétera. Además, y simultáneamente a la reducción del riesgo medioambiental, es imprescindible optimizar la eficiencia y la eficacia del proceso productivo.

Todo este proceso, apoyado en el desarrollo de una cultura corporativa, junto con las inversiones inducidas por la aplicación de la sostenibilidad, debe dar como resultado que el desarrollo sostenible y perdurable sea un elemento clave en la organización y gestión de las compañías.

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